La progresía limeña ha decidido –prepotentemente, como suele hacerlo– construir en Lima el museíllo anti Estado peruano que con tanto entusiasmo patrocinan la CVR y compañía. Pero hombre, ¿no fue Ayacucho el epicentro del senderismo que aniquiló al Perú? Claro que sí. Entonces, ¿por qué Lima? Porque así la izquierda podrá contar con un cenáculo a la mano –de características muy sensibles, como el trillado tema de los derechos humanos– para, desde allí, impartir consignas políticas cuando crea necesario. En realidad, todo esto del museo de la memoria viene generando tanta o mayor discordia –polarización, más propiamente– que el informe de la CVR. Es muy clara la simbiosis entre la desesperación progre por erigir el museo y el propósito del informe de condenar al Estado y victimizar al terrorismo, ya que en rigor lo que procura la CVR es plasmar en esa ermita su visión rencorosa y condenatoria contra las FF AA y el régimen que derrotó al terrorismo. Por último, la izquierda querría usar este museo para otros fines: solidificar la condena a cadena perpetua a Fujimori, y convertir aquella capilla pro terror en arma defensiva ante una eventual reencarnación fujimorista en algún segmento de poder –elegido en las urnas–, bien en el Ejecutivo o acaso como bancada legislativa.
No hay pues razón para esta “urgencia” en levantar un altar taimadamente llamado museo de la memoria. La única es que la progresía quiere cincelar –en placas marmolinas y leyendas bronceadas– “su versión” sobre lo acontecido durante el cuarto de siglo de azote terrorista. La cosa es machacarle al público que lo que hubo acá fue apenas un conflicto interno, una etapa de violencia política; en vez de llamar las cosas por su nombre: genocidio terrorista. Sibilinamente los panegiristas del museíllo hablan de su intención de rendir homenaje a “todas las víctimas del conflicto interno”. Pero, ¿por qué no dicen la verdad? ¿Por qué no declaran que su objeto es acusar al Estado de “torturar y asesinar” a los terroristas? Y toda esta monserga, encima, sazonada con el argumento que los pro museo están a favor de la vida y en contra de la muerte, a favor del débil y en contra del poderoso, a favor del pobre y en contra del rico, a favor de la mujer y en contra del hombre, a favor del negro y en contra del blanco, etc.
Pero, ¿acaso el senderismo –y quizá también el emerretismo– no está vivito y coleando, reorganizándose en plena ceja de selva para volver a volar en pedazos a la sociedad con su dinamita y AKM, ésta vez en clara alianza con el narcotráfico al que le ofrece su brazo armado a cambio de financiación cocainómana? Por supuesto que sí. Entonces, ¿por qué se le ocurre a la progresía caviar la súbita, urgentísima idea de imponerle al país un museíllo de la memoria, donde los peruanos acudan a repudiar al Estado y más bien a honrar a sus víctimas, los terroristas que generaron pánico, muerte y destrucción como disciplina para acceder al poder? Por puro interés político. ¿Y la sociedad peruana? Que recuerde nomás lo que era obedecer ucases de la zurda velasquista.
domingo, 12 de abril de 2009
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