En lo que va de los últimos doce meses, ya son cerca de 50 los soldados peruanos asesinados, masacrados por Sendero Luminoso –así, en minúscula, como tratamos a esa miasma genocida en esta columna–. Por supuesto no hay un solo pronunciamiento de protesta de las oenegés derechohumanistas, ni de los comisionados de la verdad, ni de la Defensora del Pueblo ni tampoco de los flamantes miembros del comité pro museo anti Estado peruano.
El mensaje de estos cenáculos progresistas se interpreta como que los defensores de la sociedad no tienen derechos humanos. Solo lo tienen los senderistas y emerretistas, esos pobres luchadores sociales que, CVR dixit, apenas generaron un conflicto interno, y a quienes draconianamente persiguen los uniformados del Estado ogro bajo el pretexto de proveerle seguridad a 28 millones de pitucos.
Pero hay más. Cada vez que se produce un atentado terrorista la elite caviar sale de sus palacetes a criticar al gobierno o a la Comandancia General del Ejército. Le enrostra que las muertes de los militares es producto de su ineptitud. Alega hechos alucinantes, como reprochar que los soldados se trasladen en camión en vez de hacerlo en helicóptero. ¿Pero qué sugiere con esa crítica la progresía? ¿Que nuestro Ejercito usa adrede la vía terrestre para buscar la muerte de sus hombres? ¿Qué creen los progre? ¿Que somos EE UU o Suiza, es decir que nuestras FF AA tienen dinero para transportar a su gente en helicópteros? ¿Acaso no saben estos políticamente correctos que, por su culpa, desde hace una década nuestras instituciones castrenses reciben presupuestos de hambre, precisamente debido a su sistemática, ponzoñosa campaña de desprestigio hacia todo lo que es Fuerza Armada, lo que implica que la sociedad esté indefensa ante el terror?
Sin embargo las cosas no quedan allí. La muerte de nuestros soldados no solo pasa desapercibida para la dinastía caviar sino que, peor aún, las organizaciones de base de nuestra izquierda de lujo –las oenegés políticas– se dedican en forma artera a entorpecer la labor de contención –no de erradicación– del terrorismo a cargo de las Fuerzas Armadas, actuando abiertamente de cómplices de Sendero Luminoso.
De otro modo no se explica que –solo en los últimos meses– 204 oficiales y soldados del Ejército hayan sido denunciados por oenegés, acusados de violar derechos humanos de los senderistas a quienes repelen. Y cuidado que tras haber sido denunciados esos militares dejaron de combatir. Es decir, la estrategia de las oenegés le da ventaja al senderismo, pues los soldados permanecen retenidos en comisarías, fiscalías y juzgados defendiéndose de denuncias políticas y traicioneras. A ver, señor presidente del Poder Judicial y señora Fiscal, ¿cómo califican al delito cometido por aquellos que impiden al Estado defenderse del ataque terrorista desatado tras la reagrupación de Sendero? Por último, no olvidemos que dicha reactivación se ha dado merced a la defensa legal que brindó y sigue brindando a Sendero el clan de oenegés derechohumanistas, a sabiendas incluso de que el resurgimiento venía de la mano de un financiamiento cocainómano. Es evidente la complicidad de esas oenegés con el terrorismo. Hay plata de por medio.
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