Sobrecoge comprobar que jóvenes soldados se desplazan en vetustos helicópteros para llegar a la zona del VRAE, allí donde campea el terrorismo gracias a la inacción del toledato y el paniaguato. Permanecerán allí semanas. Vivirán en condiciones atroces. Soportarán el ataque de un Sendero Luminoso aliado con la cocaína. Pero da gusto verlos orgullosos, montados en esos arcaicos aparatos voladores como si se tratara de la última palabra en transporte aerotransportado, no obstante que hablamos de máquinas desechadas por los países del primer mundo. Sin duda es la realidad del inocente.
Pero recordemos que esos soldados –hasta hace poco quinceañeros que hoy ya ponen el pecho para defendernos del senderismo que pugna por recuperar espacio– no suelen viajar precisamente en helicópteros. Se desplazan en ligeras, trajinadas camionetas por trochas casi intransitables y zonas de altísimo peligro, dándole la oportunidad a Sendero de emboscarlos y acribillarlos, tanto por las condiciones del terreno como la fragilidad de los vehículos que utilizan. Pero, ¿por qué no usan helicópteros? Porque a la Fuerza Armada le resulta imposible movilizar las escasas naves estratégicas que aún le quedan, por más vetustas, ruidosas y peligrosas que sean. Por ello emociona ver que, aún así, nuestros heroicos soldados viajen optimistas, a sabiendas de que esos vuelos infernales quizá los lleven al fin de sus días.
Y esos juveniles uniformados van nada menos que a enfrentar a un enemigo asesino, feroz, artero, que no luce uniforme ni se identifica al momento de disparar su AKM. Un enemigo hipócrita, capaz de cometer los peores crímenes de lesa humanidad contra la sociedad democrática, para luego valerse de la progresía caviar de esa sociedad “demócrata” para exigir clemencia y excarcelación tan solo con el propósito de retomar su ataque contra la sociedad. Porque el terrorista –como el zurdo– jamás se regenera.
Es en medio de este escenario doblemente incierto que nuestros soldados –hasta ayer nomás escolares– van al campo de batalla. Saben que el enemigo es implacable. Pero saben asimismo que hay peruanos felones, comodones, citadinos, que están al acecho para denunciarlos por violar los derechos humanos de aquel enemigo contra quien lucharán a nombre de la nación. Y son testigos de que los traidores no les reconocen dd hh a los militares. La ironía se da entonces porque nuestros soldados combaten por una sociedad dirigida por tartufos, por gente medrosa que ante el pánico exige que la FF AA la defienda del horror de Sendero. Aunque llegado el momento, cual escorpión, serán los tartufos –los políticamente correctos– quienes traicionen a los héroes. Es decir, nuestros militares no solo viajan preocupados por lo que les espera en el inhóspito VRAE –la emboscada del terrorismo más sanguinario–, sino que lo hacen aterrorizados porque son conscientes de que una elite cainita los tiene en la mira para condenarlos –aplicando su sesgada justicia– por violar los derechos humanos de un Sendero Luminoso al que fueron a combatir para defender a toda la ciudadanía, incluidos los cobardes tartufos.
martes, 21 de abril de 2009
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