El mundo post crisis, post recesión, post depresión –o como quiera llamársele– será diferente al que hemos estado acostumbrados. Sin duda, como suele suceder con las depresiones, los pobres serán quienes financien parte del velorio. No obstante esta vez los segmentos A y B sufrirán sustanciales, quizá irreparables perjuicios. No solo económico, sino que perderán parte de su cuota de poder en vista de que el sector privilegiado –en el cual se desenvuelven– va a atestiguar una transformación socio-económica sin precedentes. Lo más probable es que desaparezcan para siempre esas proyecciones de crecimiento indiscriminado y riquezas glamorosas que promovían los gurús de la economía y las finanzas. Presupuestos que en rigor fueron inflados artificialmente por la voracidad de quienes gestionaban los mega negocios, gente dispuesta solo a recibir ingresos de siete u ocho cifras, a contar con indiscriminados gastos de representación, a viajar en aviones privados, a vivir en flats o residencias de decenas de millones de dólares, etc. Todo ello pagado en forma compartida por el Fisco, los accionistas y los consumidores. Ellos –los geniecillos– “producían riqueza” a cambio de sueldos y bonos millonarios. Una riqueza que al final del ciclo especulativo acabó convertida sencillamente en gas, en desilusión.
Dicho sea de paso, aquellos geniecillos –mucho ecónomo, administrador de negocios o financista que, en complicidad con una elite de científicos y abogados, ideó instrumentos de transacción lo suficientemente sofisticados y enrevesados como para que el mercado los tomara como la panacea, pero que, al final del día, acabaron siendo papeles envilecidos, entre otras razones, precisamente porque su complejidad los indujo a especulaciones infinitas–, esos genios, repetimos, acabaron siendo artífices del colapso de sectores tradicionalmente poderosos como la banca y los seguros, colapso que a su vez produjo una catarata de pérdidas patrimoniales que acabó globalizando la crisis.
Pues resulta que aquel supuesto engranaje de desarrollo –como la entendía el mundo hasta octubre de 2008–, durante las últimas décadas fue un paradigma para todas las generaciones de economistas, financieros y administradores que hasta ayer nomás movían –sin control– el planeta. Sin embargo esta crisis va a cambiar la perspectiva de las siguientes generaciones. Lo más probable es que, de acá a cuatro años, antes que maestrías y doctorados en negocios, finanzas, economía, banca, etc., la mayoría de futuros universitarios se especialice en gestión pública, educación o ciencia.
Preparémonos entonces para presenciar, a mediano plazo, una gigantesca metamorfosis. Históricamente, los grandes cambios en el flujo del talento del hombre –generados siempre por alguna crisis– han sido el motor del desarrollo mundial. Y sin duda la actual depresión internacional –de enormes proporciones– hará que en los siguientes años la Tierra compruebe el surgimiento de extraordinarias, impensadas genialidades.
sábado, 18 de abril de 2009
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