Cuánta idiotez escuchamos hablar a diario en torno a conceptos como el pueblo, los derechos humanos, la ética pública, la democracia, la nación, los pobres, etc. Políticos, intelectuales –y la propia prensa– se inflaman al cebarse con ello.
No hay forma de contener su necedad cuando construyen alguna idea grandilocuente –aunque siempre cargada de sobredosis populista– alrededor de esos términos abstractos, quiméricos y, en consecuencia, ideales para ser manipulados por tanto demagogo que respira tranquilo, come bien y se divierte mejor en este curioso país, gracias a que sabe explotar el discurso politiquero que vende imagen, consolida poder y genera ingresos. El problema es que ese discurso enerva la marcha de los gobiernos, ergo frena al país.
El establishment peruano no aprende. Vive una utopía europeísta, basada en el calco de lo extranjero, jamás esforzándose por crear algo propio, afín a la idiosincrasia nacional, relacionado a una genética complicada como la peruana, cargada de taras, recelos, complejos; llena de gente que vive del recuerdo, de evocar triunfos, lamentar el presente o maldecir su futuro. Pero también hablamos de un establishment lleno de politicastros, entronizados en el Estado para lucrar. No solo ganando sueldos burocráticos sino, peor aún, sacándole la vuelta al Fisco con jugosos contratos de “asesoría” por parte de los llamados Organismos No Gubernamentales, las inefables oenegés, que se llevan cientos de millones de soles cada año –sin rendir cuenta al Estado–, para que dirigentes vivan como millonarios y protesten como proletarios. Tenemos pues a la clase dirigente equivocada. Y de allí parten todos los problemas. Nuestros atávicos problemas.
Sin duda una crítica como ésta equivale sencillamente a arar en el desierto. Esto no va a evitar que los politicastros sigan haciendo de las suyas, tampoco va a impedir que sigamos escuchando tontería y media en nombre de la pobreza, las violaciones de dd dd, el futuro de la nación, el pueblo, etc. Sin embargo por fortuna hay un segmento pensante de la sociedad cada vez mayor. Y es a él al que van dirigidas estas ideas. Nos referimos a esa gente proactiva que sabe de la doble moral del establishment, y que está cansada de ver que el país pierda oportunidades de progreso porque quienes se han apropiado del poder –no las autoridades electas sino la izquierda jurídica, por ejemplo, que maneja amplios sectores del Estado sencillamente con su discurso moralino–, hacen lo indecible por pregonar la Igualdad como fundamento, pero claro, la igualdad hacia abajo. Es decir, castigar el éxito. El clásico mensaje de nuestra inepta, resentida dirigencia nacional.
Winston Churchill solía decir: “La sana política consiste en la autoridad que llama a la competencia”. Se refería a que toda autoridad lógica –antítesis del establishment peruano– no puede conocerlo todo. Por ello el estadista recurre a los capaces para que se encarguen de la peculiaridad para que se les contrate. La sabiduría estriba en escoger al especialista. Qué distinto sería el Perú si se actuara de esa manera. Y no escuchando las sandeces que a diario espeta un establishment putrefacto que frena lo positivo y aplaude lo nefasto.
miércoles, 22 de abril de 2009
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