miércoles, 22 de julio de 2009

Silencio cómplice

El ex presidente de Costa Rica, Óscar Arias, quien funge de “buen componedor” en torno al despelote que se ha armado entre el socialismo y la derecha latinoamericana, se jala los pelos porque no encuentra la fórmula mágica para conseguir la cuadratura del círculo.

Arias intenta que Manuel Zelaya, ex presidente de Honduras, retorne al poder no obstante haber violado la Constitución tras imponer un Referéndum y exigir la convocatoria a una Asamblea Constituyente para reelegirse, figura absolutamente proscrita por la Carta hondureña. Es decir, Arias intenta que “Mel” Zelaya, vulgar remedo antidemocrático de sus pares chavistas Evo Morales, Rafael Correa, etc., regrese a ejercer la primera magistratura para “reponer el orden democrático”.

Es más, Arias se muestra presionado por el impresentable Hugo Chávez. Porque, aunque parezca ridículo, Chávez ha asomado su carota alrededor del tema hondureño jugando al gran demócrata latinoamericano que defiende el estado de derecho. Y bastó esa figura mendaz para que desde el chileno José Miguel Insulza, secretario de la OEA con ganas de reelegirse, al ex premio Nobel, Óscar Arias, se rasgasen las vestiduras para atender la demanda del tirano de Venezuela, gestionando la reposición en el cargo del ex presidente “Mel” Zelaya, el tránsfuga que abrió las puertas de su patria para que el impresentable Chávez instale otra base más de su imperio socialista-petrolero.

Y la retórica que usa Chávez para presionar al costarricense Óscar Arias no es otra que acusar de golpista al actual régimen de Honduras que encabeza Roberto Micheletti. Sin embargo el primer golpista convicto y confeso en esta parodia es precisamente el impresentable Chávez. Recordemos que en 1992 levantó a la FF AA venezolanas contra el entonces presidente constitucional de su país, Carlos Andrés Pérez, encabezando el infausto Caracazo. Por ese delito fue condenado, aunque dos años después, en acto naif y peligroso acabó indultándolo el ex presidente Rafael Caldera. Pero el golpista Chávez va más allá de presionar al “componedor” Arias. Acusa al Tío Sam de estar detrás de la caída del tránsfuga Manuel Zelaya. Según el impresentable, “En todos los golpes de Estado –incluido el suyo, desde luego– está la mano de EE UU”. Y asimismo Chávez se atreve a llamar “gorilas” a los integrantes del actual régimen hondureño, aunque el mote de simio lo describa mucho mejor a él mismo, emérito golpista de 1992.

El problema estriba en que la democracia se deja manipular por operadores dictatoriales como Chávez, gente que se vale de ella para, de manera subrepticia, introducir en países subdesarrollados como el nuestro sus políticas totalitarias, sus socialismos cargados de revanchismo trasnochado, y sus métodos cien por ciento antilibertarios y opresivos. A cambio de ello, ¿qué hacen los verdaderos demócratas? Pues todo afirma que mojar sus pantalones ante el grito chavista, dándole la razón al gorila que ha tomado la posta del tirano y asesino Fidel Castro. Es hora que los demócratas rechacen esta hipocresía. A propósito, ¿a qué se debe el silencio cómplice de toda esa turba –dizque demócrata– que aupó al poder a blandengues como Paniagua o a irresponsables como Toledo?

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