Insistimos, la progresía caviar será la causante de un eventual triunfo electoral de la ultra; y también la responsable del éxito de una probable revuelta financiada por el chavismo que consiga derrocar al régimen democrático para luego promover la clásica Constituyente y hacerse del poder por la puerta falsa. Muchos fariseos velasquistas también mamaron del fujimorismo. Sin embargo hoy se rasgan las vestiduras por la democracia. Son los neoizquierdistas que viven como millonarios y protestan como proletarios; los insufribles caviares que se apoderan de lo políticamente correcto y denigran a quienes defienden el pensamiento de derecha; la gentita que la pasa bomba gracias a los millones que recibe de fundaciones y gobiernos extranjeros por el negocio de defender la democracia, los dd hh o el medio ambiente. Es la zurda sanisidrina que clama justicia social en radios, televisoras y diario, pero explota a quienes trabajan para ellos. Es esa misma miseria insufrible, amables lectores, que fue, es y será responsable del retroceso del Perú. La culpa no será de la izquierda ultra que va a lo suyo. La culpa será de esta gente que se envuelve en pintas siniestras para medrar del poder.
Hace décadas que la progresía envenena al Perú con la monserga que el Estado es genocida y los terroristas –como también ahora la algarada indigenista– son víctimas de la sociedad. Una progresía que azuza la sedición presentándose como compañera de viaje en este recorrido para entregar la nación a la miseria izquierdista. Una progresía que trabaja consciente que con ello crea las condiciones para promover el golpe socialista que regresará al Perú a las galeras de la “revolución” de Velasco Alvarado, el ídolo de la neoizquierda. Una progresía que a lo largo de su existencia llevó al Perú a la ruina social y económica; al hipergigantismo estatal; a la extrema pobreza y a la escasez generalizada; a la burocratización total; a las prohibiciones de cualquier tipo, desde importación de alimentos, trajes, medicinas, etc.; al veto de viajes, ahorros, derechos civiles, etc.; a la confiscación de los medios de prensa; y finalmente a la dictadura del poder manejado por una jerarquía totalitaria a la que, como es usual, servirá de lustrabotas la culta progresía caviar.
Lo que indigna es que “la gente bien” lea, escuche, aplauda y se identifique tanto con esta progresía hipócrita que jamás predica con el ejemplo; con estos mezquinos que trafican con la falacia de trabajar por los menesterosos para convertir aquello en un medio de buena vida. Lamentablemente hablamos de una de las peores taras de nuestra sociedad, un complejo que nace de la conciencia negra de las clases altas –y menos altas– por las disparidades sociales y económicas que arrastra durante siglos el país, y que la progresía conoce bien que engañando a las mayorías –con su dialéctica erudita y su gesto igualitario y piadoso– podrá seguir viviendo su fantasía en este Disney World del quinto mundo que es para ella la “alta sociedad” peruana.
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