miércoles, 15 de julio de 2009

Ministros autistas

A lo largo de estos primeros tres años de la gestión Alan García II, una de las más criticables fallas del gobierno sigue siendo la incomunicación y la actitud autista de todos sus integrantes ante las protestas, paros y huelgas. Reclamos que si bien en su mayoría no tienen sustento –pues obedecen a estrategias políticas de la oposición ultra– sin embargo merecen una respuesta clara en cada caso por parte del Ejecutivo. Jorge del Castillo fue quizá la excepción. Sin embargo a la mayoría de ministros –y cuidado que ya son muchos los que han desfilado– ni se les escucha ni mucho menos se les ve cuando las papas queman. Sencillamente desaparecen del mapa, como si con su silencio esquivo fuesen a apagar la pradera incendiada. No solo transpiran temor sino que, como en esta vida quien calla otorga, su mutismo le da la razón a la poblada, pese a la naturaleza alucinante de sus reclamos. El silencio oficial frente a las algaradas contribuye pues tanto al descrédito del régimen como al resquebrajamiento de la gobernabilidad, desde que el pueblo percibe que los reclamos son justos –por más violentos que sean– y que más bien el gobierno no tiene seso para solucionarlos.

Otra tara que ha heredado este régimen –de la irresponsable gestión Toledo– son las mesitas de diálogo. Cada pelele que se alza contra el Estado acaba siempre instalado en esta suerte de tertulias incoherentes –diálogos de sordos a los que asisten ministros, cuando no el propio premier–, donde los azuzadores de la calle presionan para que la autoridad solucione ipso facto “las demandas del pueblo”, pese a su naturaleza extrema e inviable. No obstante, al final del día –o de la noche– los ministros acaban suscribiendo pomposas actas de compromiso a sabiendas –de antemano- que el gobierno va a incumplirlas, dándole así a la ultra un nuevo argumento para reiniciar la protesta.

Por último, consideramos que tres años de gestión es plazo más que suficiente para que el Ejecutivo recompusiera los servicios de inteligencia volados en pedazos por los imberbes Paniagua y Toledo. No obstante, todas las evidencias confirman que no funciona el aparato de información estratégica del Estado. Y eso es una desgracia para la
gobernabilidad que se traduce en la carencia de táctica del régimen para enfrentar la miríada de problemas –nacionales y fronterizos– que se le acumulan precisamente por desconocimiento de la realidad. Es decir, por carecer de un sistema de inteligencia.

Claro que es conveniente que el régimen divulgue sus logros. Últimamente se aprecia algo de eso en la televisión. Sin embargo ello no basta. Hace falta que los ministros se conviertan en voceros permanentes del gobierno. Deben explicar a diario los alcances de su gestión, escuchar la calle, sentirle el pulso al país. Y no despachar en aisladas oficinas, asistir a inútiles eventos sociales, ni perder el tiempo en tanta necedad que impone la pompa jerárquica ministerial. Ojalá que Javier Velásquez Quesquén, el eficiente parlamentario y ahora primer ministro, ponga cuanto antes orden en la sala.

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