Julio es siempre el tiempo aparente para recordar que no hemos nacido en Madagascar, Groenlandia ni Venezuela. Hemos nacido en el Perú. Esta simple realidad, sin embargo, no la tienen presente muchísimos compatriotas, algunos de los cuales la pasan por alto inconscientemente, otros la olvidan por conveniencia y hay quienes la ignoran por falta de patriotismo. No hablamos del pueril patrioterismo, de chauvinismos convenencieros ni de nacionalismos extremistas. Patriota es sencillamente aquel que siente algo por la tierra que le dio un espacio para nacer, tener ancestros, criarse, estudiar, trabajar, etc.
Y ese sentimiento –muy arraigado en el norteamericano, el francés, el chino, o el australiano, por ejemplo, pero que no late igual en todos los corazones peruanos– es menester fortalecerlo en torno a la Identidad que exige toda nación. Por más pequeño que sea el país; por más complicada que sea su vida social; por más pobreza que incube; por más odios, rencores y pasiones que alimenten a su sociedad, el ciudadano necesita sentir apego por su terruño. Y para ello hace falta inculcar a la juventud amor por su país. La Educación peruana sin embargo ignora esta columna vertebral en todo Estado.
Y allí estriba una primera tarea para los gobernantes. Porque mientras la sociedad no sienta calor por su patria, la gente sencillamente hará caso omiso a las autoridades, no acatará las leyes, no respetará la propiedad ajena; en suma, vivirá en el caos, consciente de que el país no es suyo y que por tanto hay que explotarlo, sacándole el provecho que se extrae de las cosas sin dueño. Es más, hay quienes quieren ignorar las fronteras alucinando una quimérica ciudadanía universal, fanfarroneando que a ello apunta el planeta. Pero eso no es más que una pose políticamente correcta, una ilusión o tal vez una idiotez, ya que al final del día esa gente no dejará de ser paria toda su vida.
Y cuidado que la falta de patriotismo –de identificación con su país, para ser más claros– no solo trae esa pérdida de valores que corroe a las naciones y que hace que sus habitantes no acaten las normas y sientan indiferencia –cuando no desprecio– por lo que les pertenece. No es solo eso. La falta de patriotismo llega al extremo de inducir a que el ciudadano mendigue dinero para obedecer consignas de gobiernos foráneos, que harán que su propio país sea pasto de ideologías e intereses extranjeros.
Y esto último, señores, no es más que traición a la patria. Un acto repudiable que, tarde o temprano, la sociedad sabrá sancionar aplicándole el más riguroso de los castigos a quienes lo practiquen. Cuidado entonces con los cantitos de sirena de ciertos politicastros locales –que se autodenominan “nacionalistas”–, que mañana, tarde y noche se dedican a vender su candidatura -como bastardos caballos de Troya electorales- para anclarnos a la voluntad de un orate extranjero que quiere mandar en el Perú. A ellos, al final de sus tropelías, solo les espera el desprecio eterno y la cárcel segura.
sábado, 18 de julio de 2009
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