Tras el odio, el resentimiento social, el complejo de inferioridad y el espíritu de fracaso que siempre ha sembrado la izquierda –siendo el éxtasis los 12 años de dictadura militar impuesta por su ídolo Velasco Alvarado–, los zurdos han fracasado en su intento por capturar la preferencia del pueblo. Y es que el país repudia su revanchismo, su violencia y su engaño sistemático. Pero sobre todo aborrece su empatía y afinidad con el terrorismo.
No solo nos referimos al pasado pendenciero y petardista de los rojos –de caviares a ultras–. Según propia declaración de esa militancia, su presente y futuro sigue preñado de venganza, enemistad, rencor, desengaño, frustración, mitos, calumnia, falsedad, animadversión, antipatía, rabia, traumas, etc. Pero el pueblo ya no soporta esas taras que solo han traído enfrentamiento y atraso. El peruano ya superó ese estigma, señores. Lo consiguió gracias al esfuerzo y sacrificio que significa haber soportado, enfrentado y derrotado –a lo largo de un cuarto de siglo de desolación y muerte– la acción genocida de la izquierda encarnada en Sendero Luminoso y el mrta. Un oprobio zanjado con éxito debido a que el Estado supo defender a los 28 millones de peruanos, ese mismo Estado al que sin embargo la izquierda acusa de genocida por combatir al terrorismo. Bastó ese triunfo histórico sobre el terror para que nuestra sociedad erradicara los demonios, complejos, resentimientos y las frustraciones que siempre impuso la izquierda.
Y esa actitud proactiva del peruano se fortalece cada vez que la zurda busca capitalizar apoyo popular recurriendo a su única arma: la cizaña, el encono y la violencia. Hoy, el 99 por ciento de la ciudadanía rechaza la confrontación. Lo manifiesta, por ejemplo, trabajando cuando la izquierda convoca a paros violentos; o sencillamente exteriorizando su repudio –silencioso pero sentido- a las marchas y tomas de carreteras de la rojería. Y lo de Bagua revela el grado de bestialidad al que llega la izquierda en su demencia por apropiarse de los bolsones postergados que por desgracia aún hay en el país. Pero precisamente el Estado ha sido incapaz de atender a esa gente menesterosa debido a la miseria Fiscal que siempre agudizó la izquierda con sus tropelías, obligando al país a vegetar con presupuestos paupérrimos fruto de la inexistente inversión privada –turbina de nuevos impuestos y fuentes de trabajo– espantada por el acoso izquierdista.
Sucedió durante la década de los sesenta y setenta cuando el velasquismo socializó el Perú hasta la ruina. Recordemos a la reforma agraria, esa confiscación revanchista que acabó para siempre con la fenomenal producción agrícola que exhibiera este país hasta aquel fatídico 24 de junio de 1969. Pero el estatismo de la dictadura militar también se llevó de encuentro a la industria nacional a través de la Comunidad Industrial, un aborto “progresista” cuyos ideólogos fueron los mismos caviares de hoy. Pero sobre todo el Estado fue impedido de ayudar a los más pobres debido al monumental costo que le infligió a sus arcas el terrorismo promovido por la propia izquierda que irónicamente demanda “atención” para los pobres. En consecuencia, ¿quién tiene la culpa del atraso y la miseria que sigue habiendo en el Perú? Ya basta de cantos de sirenas zurdas.
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