El cable anunció que el miércoles un hombre de 89 años de edad ingresó al Museo del Holocausto en Washington DC y abrió fuego, dejando al menos una persona muerta y dos heridas. Se trata de James von Braun, un fanático que por coincidencia lleva el apellido de Werner von Braun, artífice de los famosos cohetes V2 de Hitler que en número de 1,155 cayeron sobre Londres y otros 1,625 sobre Amberes durante la Segunda Guerra Mundial. Más adelante el sabio Von Braun se convirtió en ciudadano norteamericano y principal diseñador de los cohetes Saturno V que durante los años 1969 y 1972 llevarían a los astronautas estadounidenses a la Luna.
Pero volviendo al tema que motiva esta nota, el sectario James von Braun es un severo antisemita, ex integrante de grupos que propugnan la supremacía blanca, y fiel seguidor de la ideología nazi. Este individuo extremo no dudó un segundo en apretar el gatillo para liquidar a quienes se encontraban en el Museo del Holocausto, seguro de que todos eran judíos, raza a la que persiguió Hitler y hoy continúan acosándola seguidores suyos como James von Braun. Lo curioso es que el atentado se produjo a pocos días del discurso del presidente norteamericano, Barack Obama, pronunciado en El Cairo, en el que condenara el revisionismo del Holocausto que propugnan ciertas corrientes que incluyen a varios países del Medio Oriente. Como señala Michael Gerson en una de sus leídas columnas que publica EXPRESO, hoy el principal foco antisemita es Irán, país que busca deslegitimar al Estado de Israel ya que –alega– éste fue creado por Occidente inducido por la culpabilidad del Holocausto. Ergo, si la versión oficial del Holocausto es cuestionada, entonces la naturaleza y la entidad de Israel también deben cuestionarse.
El asunto es que el antisionismo sigue vivo en el planeta seis décadas y pico después de la derrota de Hitler. Y James von Braun es uno de sus portaestandartes. No es el único desde luego. Lo que implica que lugares como el Museo del Holocausto constituyen un blanco perfecto para las iras antisemitas.
El ejemplo viene clarísimo al caso peruano. Acá un grupo de personajes –inducidos por una organización de la progresía internacional dedicada a promover la construcción de ermitas o museos de la memoria en todo el mundo–, insiste en levantar uno de estos santuarios para “recordarnos” cómo fue la hecatombe terrorista. Es evidente que los panegiristas del terrorismo –representantes de oenegés políticas ya infiltrados en la “comisión” que para el efecto nombró el Ejecutivo– insisten en rendir homenaje allí a Sendero y al Mrta. Y en el Perú, señores, el encono antiterrorista está latente y no desaparecerá. Por el contrario, como sucede con el semitismo, permanecerá de por vida. Pasa con el caso chileno, sin ir muy lejos. En consecuencia, esto de los museíllos de la memoria es un trapo rojo que enerva a las sociedades. Porque aparte de atizar pasiones, la verdad es que la gente aborrece que personas que se consideran mejor calificadas que el resto instruyan a toda la sociedad –en un tema tan sensible como nuestro holocausto terrorista– sobre qué debe recordar y qué no debe recordar, así como con qué enfoque habrá de hacerlo. Es decir, un paternalismo insoportable que rechazamos de plano.
viernes, 12 de junio de 2009
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