Este mecanismo de gobierno al que se erradamente el Perú llama democracia –blandengue, permisivo, incoherente pero sobre todo autodestructivo hasta la náusea–, está destruyendo el tradicional sistema al que aspiran los pueblos que buscan libertad, estabilidad, igualdad, justicia y desarrollo.
En rigor lo que sucedió fue que tras la caída del Muro de Berlín el comunismo se disfrazó de democracia. Y bastó ese new look –y un discurso solidario, encantador– para que los rojos convenzan a tanto cándido “demócrata” que habían aprendido la lección de vivir en orden, paz y libertad.
Y la vanidad de esos “demócratas modernos” –una elite cumbre que pregona lo opuesto a lo que piensa y se comporta en forma contraria al modo de vida que lleva– permitió al comunismo alzarse con el título de demócrata. Para la izquierda fueron suficientes dos décadas de esa monumental, punible incoherencia para aplicar a su favor los principios labrados por la auténtica democracia, infligiéndole con ello una herida letal al sistema.
Hoy ser demócrata en el Perú es legislar según el número de cartuchos de dinamita, balas o lanzas con que la poblada amenaza al gobernante. Ser demócrata es defender los derechos humanos de los terroristas. Ser demócrata implica ignorar que los policías, los militares y los ciudadanos de derecha tienen derechos humanos. Ser demócrata es proteger a todo aquel que se alza en armas contra el Estado. Ser demócrata es tildar de asesino y genocida al gobierno que se enfrenta a la subversión y ordena el imperio de la ley con las armas que franquea la Constitución para proteger a la sociedad. Ser demócrata es aplaudir a quien pisotea la norma siempre y cuando lo haga a nombre del pueblo. Ser demócrata es satanizar al Estado, victimizar al terrorismo, y encumbrar a la delincuencia política, incluyendo el secuestro y el pistoletazo. Ser demócrata es permitir el robo, la mentira y el asalto en nombre de la pobreza. Ser demócrata es condonarle carcelería a los terroristas y condenar a cadena perpetua a la autoridad que acabó con el terrorismo. Ser demócrata es someter al Estado a la dictadura de las oenegés, al ucase de las comisiones de la verdad y al mando de los museos de sitio, en vez de observar las leyes que dictan los representantes de la nación elegidos por mayoría. Ser demócrata significa someter al Estado a las garras de los frentes populares. Ser demócrata es alentar el reclamo pedestre a través de tomas de carreteras, en lugar de canalizar el pedido por los mecanismos que zanja el estado de derecho. En fin, entre tantas otras temeridades, hoy ser demócrata en el Perú es someter a la sociedad al mandato de una minoría elitista no elegida para gobernar, y subyugar al Estado a las hordas violentistas.
Por ello es que al influjo de esta neodemocracia se viene a pique el gran país que supo remontar un cuarto de siglo de asolador terrorismo y tres décadas de nefasto socialismo. Por si no reparan, la izquierda está de regreso, señores. Esta vez trajeada de democracia.
jueves, 25 de junio de 2009
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