Como todo acontecimiento de trascendencia que le remueve los conchos a la gente, la Depresión que envuelve al planeta ha empezado a cambiar paradigmas en el Primer Mundo. El ejemplo más claro es Norteamérica. Allí el viraje empezó con la política que le dio el triunfo al primer presidente negro de los Estados Unidos.
Aquello pulverizó las candidaturas Republicanas y consolidó el poder Demócrata –más ligado a la izquierda–, permitiendo introducir el intervencionismo del Estado en el manejo de las principales empresas norteamericanas, como la megabanca, la más grande aseguradora del país y dos de los tres gigantes automotrices. Hoy al viejo y tradicional Tío Sam nadie sabe bien cómo identificarlo: si aún capitalista o si socialista en ciernes. En contraste, en la más bien liberalona Inglaterra las encuestas favorecen a los Tories –la derecha– sobre los Laboristas –la zurda Albión–. Aunque ello no necesariamente es por razones ideológicas sino más bien debido a la indignación ciudadana producto de los escándalos de corrupción parlamentaria destapados por la prensa, donde una serie de aparentemente circunspectos e inmaculados legisladores hacían que el Estado pague el mantenimiento de sus casas de campo, los viajes de sus amigas, etc., o sencillamente inflaban el valor de supuestos estipendios incurridos en la atención de sus funciones oficiales. Por último, la Derecha como conjunto acaba de triunfar de manera apabullante en las recientes elecciones de la conservadora Comunidad Europea.
Sin embargo ese silencioso, misterioso titán que es China continúa su peculiarísimo rumbo: económicamente capitalista y socialmente comunista. Combinación alucinante que no obstante le ha permitido crecer de manera sostenida y exponencial, gracias a lo cual ha consolidado fuerza política y económica sobre el resto de países del orbe. Rusia, por su parte, mantiene una estrategia hasta cierto punto indefinida, donde el poder político está retomando características cada vez más autoritarias, mientras la liberalidad económica es total, inclusive caótica, debido a que domina la elite de nuevos ricos –ex jerarcas soviéticos o relacionados suyos– gracias al apoyo que recibe del gobierno.
Y mientras este interesante panorama de cambios se produce en el Primer Mundo, la situación se complica en nuestro escuálido Tercer Mundo por culpa del impresentable Hugo Chávez. Este desagradable, ambicioso politicastro con billetera gorda, enlazado a regímenes totalitarios como Irán y Cuba, insiste en entrometerse en otros países latinoamericanos para expandir su revolución socialista “bolivariana”. Que haga lo que le dé la gana con Venezuela y sus satélites Bolivia, Nicaragua y Ecuador. Pero que no se meta al Perú a financiar robots y peleles para que manipulen conciencias, vendiéndole falsas ilusiones a humildes peruanos para ganar elecciones compradas con miras a expandir el imperio de Caracas. Eso es un intervencionismo abyecto que los pueblos libres no soportan. Más aún a sabiendas de que el socialismo “bolivariano” trae consigo la espiral de miseria y falta de libertades que ahoga a países como Cuba, cuna de estas revoluciones que no hacen sino engañar y coaccionar a los pueblos que conquista.
domingo, 28 de junio de 2009
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