jueves, 25 de junio de 2009

Los irresponsables

Uno de los peores rasgos de quien aspira a ser jefe de Estado es la irresponsabilidad. La mediocridad, la estupidez, la huachafería o la incapacidad son, en fin, características genéticas insuperables.
No obstante la irresponsabilidad –y sus derivados como la incoherencia, la inconsistencia, la demagogia, el populismo, la trampa o el engaño–, son sintomatologías perversas que convierten a aquel aspirante en delincuente social, en persona moralmente proscrita para dirigir una nación.
Evidentemente el político irresponsable no tiene éxito en los países avanzados. Basta el menor asomo de una personalidad como esa para que de antemano la ciudadanía lo tache de inelegible. Así de fácil. Y es que la cultura de una nación constituye el primer escalón para frenar la mala práctica de quienes –portando idiosincrasias tramposas– aspiran a gobernarla. Sin embargo en países como el nuestro, con alto porcentaje de pobreza e incultura –hasta analfabetismo– el político irresponsable tiene un sitial privilegiado por sus dotes de vendedor de cebo de culebra para un público cándido –aunque bien intencionado– que lo cree todo; así como para esa otra parte de la sociedad que –debido a la atávica pobreza nacional– solo persigue la esperanza de una vida mejor a través de soñar con el engaño al que la someten los irresponsables.

Una moda que demuestra la irresponsabilidad de nuestra clase dirigente es cuando algunos de sus integrantes se presentan al público como “gente de izquierda” (o centro izquierda, para mediatizar el efecto). Hablamos de personas que no solo viven rodeadas de todas las comodidades sino de lujos extravagantes, amén de fortunas. Desde luego aquello no es falta ni delito, pero sí impedimento suficiente para autocalificarse de izquierdista. Sobre todo cuando se habla para la platea. Eso, señores, es fraude. No hace mucho sucedió con un banquero empresario y luego con un exitoso dueño de restaurantes. Ambos intentaron venderle al país el tranvía de “su” pensamiento de izquierda. El primero, jactándose de un risible centro izquierdismo universitario, y el segundo alegando que es pecado ser de derecha en este país. Hasta el ex presidente Toledo declara ser “un hombre de centro izquierda moderno”. Más sindéresis, señores, que el país conoce a su gente.

A propósito, un peso ligero de la política como Toledo, maniatado por la progresía caviar que sigue cobrándole su encumbramiento el 2001, en reciente entrevista se permite incendiar aún más la pradera culpando al gobierno de la matanza de un número indeterminado de personas, y pontificando que el tal Pizango es un perseguido político “en tanto –¡una nueva comisión de la verdad!– clarifique lo ocurrido en Bagua”. Toledo revela así que actúa como vulgar vengativo, al mezclar su señalamiento –con sangre en el ojo– con el recuerdo que durante su gobierno, “Alan García pidió mi renuncia en el 2004. No lo logró, pero votaron (sic) en el Congreso y tengo la votación”. Y pensar que este irresponsable pretende volver a gobernarnos. ¡Dios nos coja confesados!

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