El impresentable Hugo Chávez –ayatola de los políticos de pacotilla latinoamericanos– movió otra vez sus fichas. En esta ocasión, para provocar un extrañísimo golpe en Honduras. Su objetivo ahora es consolidar en el poder al tránsfuga Manuel Zelaya, el hoy depuesto presidente de Honduras que viró de anti a pro chavista para capear la crisis económica, consiguiendo petróleo barato de Venezuela. Chávez hizo que Zelaya lleve al límite la imposición de un Referéndum inconstitucional –al estilo chavista– para perennizarlo en el poder. Aquello generaría la ira de los otros dos poderes del Estado hondureño, forzándolos a separar al tránsfuga Zelaya. Ante esa “medida extrema”, la gloriosa comunidad latinoamericana condenaría el “golpe de Estado” ordenando el retorno del tránsfuga a la presidencia. Como era de esperarse, la jugarreta del Referéndum causó el rechazo unánime de la Corte Suprema (Poder Judicial), del Congreso (Poder Legislativo) y del Partido Liberal de Honduras –que llevó a Zelaya a la presidencia–, produciendo el derrocamiento del ex presidente.
Es decir, el tránsfuga Zelaya sencillamente desacató el mandato de dos de los tres poderes del Estado de su país (Congreso y Corte Suprema), traicionó la línea de su propio partido, e ignoró olímpicamente a la opinión pública mayoritaria. Porque todos esos sectores clave se oponían a la payasada para perennizar a Zelaya en la presidencia a través de un Referéndum. En otras palabras, para eternizar al chavismo en Honduras.
Ergo quien perpetró el golpe fue el tránsfuga –por violar la Constitución, como opinaron los supremos y congresistas hondureños– al insistir en el cuestionado Referéndum. No obstante, a juicio del establishment caviar de la OEA Honduras debió acatar el ucase de Zelaya y votar mansamente por un Referéndum hecho a la imagen y semejanza de aquel que urdió el impresentable Chávez para atornillarse en el poder. A los caviares de la OEA –y aparentemente a Washington– no les importó que –por unanimidad, señores– el Congreso de Honduras nombrara jefe de Estado a Roberto Micheletti en reemplazo de Manuel Zelaya, quien se había autocolocado al margen de la Constitución. Confunde pues que en un caso diametralmente opuesto –como fue el del Perú–, la OEA condenara por golpista a Fujimori cuando clausuró el Congreso. Aquello demuestra que la OEA y sus sucedáneos caviares no tienen línea. Adoptan decisiones por bandería política. Es decir, si Zelaya es izquierdista y lo derroca un Congreso de derecha, el golpista es éste último. Y si el Parlamento es caviar y lo disuelve un presidente de derecha como Fujimori, el golpista es el jefe de Estado.
Como corolario, resulta que su santidad Barack Obama –y el propio canciller peruano, José Antonio García Belaunde– vienen haciendo causa común con el impresentable Chávez, con los hermanitos Fidel y Raúl Castro, con el incendiario Evo Morales, con el arrebatado Rafael Correa y con el terrorista Daniel Ortega–, rasgándose las vestiduras para que Honduras sea una nueva base chavista en la región. Así estamos de fregados a.
martes, 30 de junio de 2009
lunes, 29 de junio de 2009
Toda repetición no es una ofensa
Ayer EXPRESO publicó un enjundioso artículo en el que el presidente Alan García comenta sobre el momento actual. Fue tal el interés de nuestros lectores que se agotó muy temprano la edición dominical de EXPRESO. Infinidad de llamadas y correos electrónicos recibidos en nuestra Redacción –solicitando ejemplares– nos obligan a reproducir en este número el texto del presidente García titulado: “A la fe de la inmensa mayoría”, esperando de esta manera satisfacer la justa expectativa de nuestros lectores. En su comentario, el jefe de Estado invoca con razón al país a no “caer en el temor”, asegurando que “con más estabilidad política y económica, nuestro país cambiará de manera irreversible a favor de las mayorías, del progreso y de la paz.” Y recuerda a la ciudadanía que el año 2006 “Nuestra nación estuvo a punto de caer en el sendero equivocado que conduce a la pobreza y a la crisis”, refiriéndose a los dos modelos que pugnaran aquel año en las elecciones. “En el 2006, el Perú ganó la batalla –al derrotar el Apra al fundamentalismo nacionalista– pero la guerra continúa. (El país) Escogió por 5 años un camino comprobado para el crecimiento, que fue de 9% en el 2007 y de 9.8% en el 2008…(pero) Ahora vivimos una guerra fría en la que participan gobernantes extranjeros... subsisten grupos “antisistema” que predican el estatismo y aprovechan cualquier queja o reclamo para impulsar la violencia. Dicen que dialogar es que se acepte al pie de la letra lo que ellos imponen aunque sea irracional, buscan muertos para agigantar las noticias... Son una minoría. ¿Cuántos movilizan en todo el país y en todas sus marchas? Un máximo de 50,000 personas... pero hacen noticia cuando 200 impiden el tránsito de una ciudad o toman un puente llamando antes, claro, a un camarógrafo.”
Luego comenta: “¿Cuál es su estrategia? Acumular fuerzas en la primera mitad del gobierno y en la segunda precipitar la caída del sistema, elegir una Constituyente, establecer la reelección, proceder a la estatización de algunas empresas para ilusionar a la gente y luego estatizar el pensamiento y la vida social... Pero no pasarán. Porque la mayoría demócrata y racional es inmensa... (hay que) Actuar, evitar que el monopolio de la movilización y el grito esté en manos de los “antisistema”. Usar más el teléfono y el internet para exponer en las radios y en los blogs sus ideas….”
Precisamente sobre esta última parte del sustancioso artículo presidencial, en más de una ocasión EXPRESO ha demandado al Partido Aprista salir a la calle para encarar a la ultra mendaz y troglodita. El APRA fue siempre un partido de masas, una maquinaria disciplinada que a lo largo de su historia dominó la calle. Entonces, ¿qué les sucede a los apristas? Allí tiene un importante trabajo pendiente el jefe de Estado. La tarea empieza entonces por casa. Es inaceptable que el partido de gobierno no respalde masivamente a su presidente. Recomendamos pues a los seguidores de esta columna –que ayer no pudieron hacerlo– que lean en esta edición el contundente artículo del presidente García.
Luego comenta: “¿Cuál es su estrategia? Acumular fuerzas en la primera mitad del gobierno y en la segunda precipitar la caída del sistema, elegir una Constituyente, establecer la reelección, proceder a la estatización de algunas empresas para ilusionar a la gente y luego estatizar el pensamiento y la vida social... Pero no pasarán. Porque la mayoría demócrata y racional es inmensa... (hay que) Actuar, evitar que el monopolio de la movilización y el grito esté en manos de los “antisistema”. Usar más el teléfono y el internet para exponer en las radios y en los blogs sus ideas….”
Precisamente sobre esta última parte del sustancioso artículo presidencial, en más de una ocasión EXPRESO ha demandado al Partido Aprista salir a la calle para encarar a la ultra mendaz y troglodita. El APRA fue siempre un partido de masas, una maquinaria disciplinada que a lo largo de su historia dominó la calle. Entonces, ¿qué les sucede a los apristas? Allí tiene un importante trabajo pendiente el jefe de Estado. La tarea empieza entonces por casa. Es inaceptable que el partido de gobierno no respalde masivamente a su presidente. Recomendamos pues a los seguidores de esta columna –que ayer no pudieron hacerlo– que lean en esta edición el contundente artículo del presidente García.
domingo, 28 de junio de 2009
Cambios aquí y allá
Como todo acontecimiento de trascendencia que le remueve los conchos a la gente, la Depresión que envuelve al planeta ha empezado a cambiar paradigmas en el Primer Mundo. El ejemplo más claro es Norteamérica. Allí el viraje empezó con la política que le dio el triunfo al primer presidente negro de los Estados Unidos.
Aquello pulverizó las candidaturas Republicanas y consolidó el poder Demócrata –más ligado a la izquierda–, permitiendo introducir el intervencionismo del Estado en el manejo de las principales empresas norteamericanas, como la megabanca, la más grande aseguradora del país y dos de los tres gigantes automotrices. Hoy al viejo y tradicional Tío Sam nadie sabe bien cómo identificarlo: si aún capitalista o si socialista en ciernes. En contraste, en la más bien liberalona Inglaterra las encuestas favorecen a los Tories –la derecha– sobre los Laboristas –la zurda Albión–. Aunque ello no necesariamente es por razones ideológicas sino más bien debido a la indignación ciudadana producto de los escándalos de corrupción parlamentaria destapados por la prensa, donde una serie de aparentemente circunspectos e inmaculados legisladores hacían que el Estado pague el mantenimiento de sus casas de campo, los viajes de sus amigas, etc., o sencillamente inflaban el valor de supuestos estipendios incurridos en la atención de sus funciones oficiales. Por último, la Derecha como conjunto acaba de triunfar de manera apabullante en las recientes elecciones de la conservadora Comunidad Europea.
Sin embargo ese silencioso, misterioso titán que es China continúa su peculiarísimo rumbo: económicamente capitalista y socialmente comunista. Combinación alucinante que no obstante le ha permitido crecer de manera sostenida y exponencial, gracias a lo cual ha consolidado fuerza política y económica sobre el resto de países del orbe. Rusia, por su parte, mantiene una estrategia hasta cierto punto indefinida, donde el poder político está retomando características cada vez más autoritarias, mientras la liberalidad económica es total, inclusive caótica, debido a que domina la elite de nuevos ricos –ex jerarcas soviéticos o relacionados suyos– gracias al apoyo que recibe del gobierno.
Y mientras este interesante panorama de cambios se produce en el Primer Mundo, la situación se complica en nuestro escuálido Tercer Mundo por culpa del impresentable Hugo Chávez. Este desagradable, ambicioso politicastro con billetera gorda, enlazado a regímenes totalitarios como Irán y Cuba, insiste en entrometerse en otros países latinoamericanos para expandir su revolución socialista “bolivariana”. Que haga lo que le dé la gana con Venezuela y sus satélites Bolivia, Nicaragua y Ecuador. Pero que no se meta al Perú a financiar robots y peleles para que manipulen conciencias, vendiéndole falsas ilusiones a humildes peruanos para ganar elecciones compradas con miras a expandir el imperio de Caracas. Eso es un intervencionismo abyecto que los pueblos libres no soportan. Más aún a sabiendas de que el socialismo “bolivariano” trae consigo la espiral de miseria y falta de libertades que ahoga a países como Cuba, cuna de estas revoluciones que no hacen sino engañar y coaccionar a los pueblos que conquista.
Aquello pulverizó las candidaturas Republicanas y consolidó el poder Demócrata –más ligado a la izquierda–, permitiendo introducir el intervencionismo del Estado en el manejo de las principales empresas norteamericanas, como la megabanca, la más grande aseguradora del país y dos de los tres gigantes automotrices. Hoy al viejo y tradicional Tío Sam nadie sabe bien cómo identificarlo: si aún capitalista o si socialista en ciernes. En contraste, en la más bien liberalona Inglaterra las encuestas favorecen a los Tories –la derecha– sobre los Laboristas –la zurda Albión–. Aunque ello no necesariamente es por razones ideológicas sino más bien debido a la indignación ciudadana producto de los escándalos de corrupción parlamentaria destapados por la prensa, donde una serie de aparentemente circunspectos e inmaculados legisladores hacían que el Estado pague el mantenimiento de sus casas de campo, los viajes de sus amigas, etc., o sencillamente inflaban el valor de supuestos estipendios incurridos en la atención de sus funciones oficiales. Por último, la Derecha como conjunto acaba de triunfar de manera apabullante en las recientes elecciones de la conservadora Comunidad Europea.
Sin embargo ese silencioso, misterioso titán que es China continúa su peculiarísimo rumbo: económicamente capitalista y socialmente comunista. Combinación alucinante que no obstante le ha permitido crecer de manera sostenida y exponencial, gracias a lo cual ha consolidado fuerza política y económica sobre el resto de países del orbe. Rusia, por su parte, mantiene una estrategia hasta cierto punto indefinida, donde el poder político está retomando características cada vez más autoritarias, mientras la liberalidad económica es total, inclusive caótica, debido a que domina la elite de nuevos ricos –ex jerarcas soviéticos o relacionados suyos– gracias al apoyo que recibe del gobierno.
Y mientras este interesante panorama de cambios se produce en el Primer Mundo, la situación se complica en nuestro escuálido Tercer Mundo por culpa del impresentable Hugo Chávez. Este desagradable, ambicioso politicastro con billetera gorda, enlazado a regímenes totalitarios como Irán y Cuba, insiste en entrometerse en otros países latinoamericanos para expandir su revolución socialista “bolivariana”. Que haga lo que le dé la gana con Venezuela y sus satélites Bolivia, Nicaragua y Ecuador. Pero que no se meta al Perú a financiar robots y peleles para que manipulen conciencias, vendiéndole falsas ilusiones a humildes peruanos para ganar elecciones compradas con miras a expandir el imperio de Caracas. Eso es un intervencionismo abyecto que los pueblos libres no soportan. Más aún a sabiendas de que el socialismo “bolivariano” trae consigo la espiral de miseria y falta de libertades que ahoga a países como Cuba, cuna de estas revoluciones que no hacen sino engañar y coaccionar a los pueblos que conquista.
Otra bandera roja
Están llegando a tal nivel de intemperancia quienes manejan el destino del gas natural en el país, que no sería extraño que pronto el tema se convierta en bandera electorera de la ultra. Exportar el gas de Camisea sin las reservas necesarias –debidamente comprobadas– es tentar al totalitarismo. Primero, porque significa privar al mercado interno de un combustible barato, no obstante haber invertido el Estado una millonada para masificar su consumo. Y aquello equivale a regalarle una bandera reivindicativa a la extrema izquierda, que busca el menor pretexto para convulsionar al país. Cierto que este embrollo –que amenaza con convertirse pronto en escándalo político– es fruto de los contratos que suscribió el régimen de Alejandro Toledo con los concesionarios del complejo Camisea. Aún retumba ese estribillo “Camisea como sea” que revela la forma cómo trabajó el toledismo para sacar adelante este proyecto nacional. A los chakanos les interesaba la foto, y desde luego satisfacer en demasía a los postores. El resultado fue un apresuramiento censurable, consecuencia del cual hoy tenemos un paquete de contratos –de explotación, transporte, tendido de redes, planta de liquefacción, programa de exportación, etc.– absolutamente superficiales, aunque con marcada característica monopólica, convenientes para el concesionario mas no así para el interés nacional.
No solo fue frívola e insustancial esa negociación, sino que el toledismo actuó con ligereza al dejar las puertas abiertas para que se exporte nuestro gas natural a Chile –país con excesivo hambre y sed energético– sin siquiera condicionar esa dádiva a que, por ejemplo, el vecino devuelva los 60 mil kilómetros cuadrados de Océano Pacífico peruano de los que se ha apropiado, o que restablezca en su lugar el Hito número 1 que ha corrido de manera unilateral y prepotente para mejorar su posición geoestratégica, violando lo establecido en el Tratado de Paz.
Si bien la génesis de esta situación es que el régimen toledano soslayó vitales aspectos contractuales –que acabaron favoreciendo a los concesionarios con prácticas monoplistas y pro exportadoras, y enervando la capacidad del Estado para aprovechar una fuente estratégica de energía–, la cosa es que este gobierno parece actuar de cómplice de la chakana al permitir un statu quo que perjudica el interés nacional. Todo indica que, por ejemplo, el ministro de Energia y Minas, Pedro Sánchez, prefiere flotar muertito para no pelear con las partes involucradas en este embrollo, pues aspiraría a retornar a la multilateral de donde provino, rehusándose a enfadar al establishment con el que tendría luego que tratar desde algún puesto dorado. Pero lo grave es que el tema aparentemente le apesta a todo el gobierno. Por lo pronto ni el presidente Alan García ni ministro alguno hablan del caso. Cuidado que similar parálisis provocó la catástrofe de Bagüa y muchas otras situaciones limite. El peligro es que cuando la ultra adopte la bandera chauvinista del gas ya será demasiado tarde. ¿El gobierno aprista acabará regalándole tremenda divisa electorera al nacionalismo socialista? Creemos que no.
No solo fue frívola e insustancial esa negociación, sino que el toledismo actuó con ligereza al dejar las puertas abiertas para que se exporte nuestro gas natural a Chile –país con excesivo hambre y sed energético– sin siquiera condicionar esa dádiva a que, por ejemplo, el vecino devuelva los 60 mil kilómetros cuadrados de Océano Pacífico peruano de los que se ha apropiado, o que restablezca en su lugar el Hito número 1 que ha corrido de manera unilateral y prepotente para mejorar su posición geoestratégica, violando lo establecido en el Tratado de Paz.
Si bien la génesis de esta situación es que el régimen toledano soslayó vitales aspectos contractuales –que acabaron favoreciendo a los concesionarios con prácticas monoplistas y pro exportadoras, y enervando la capacidad del Estado para aprovechar una fuente estratégica de energía–, la cosa es que este gobierno parece actuar de cómplice de la chakana al permitir un statu quo que perjudica el interés nacional. Todo indica que, por ejemplo, el ministro de Energia y Minas, Pedro Sánchez, prefiere flotar muertito para no pelear con las partes involucradas en este embrollo, pues aspiraría a retornar a la multilateral de donde provino, rehusándose a enfadar al establishment con el que tendría luego que tratar desde algún puesto dorado. Pero lo grave es que el tema aparentemente le apesta a todo el gobierno. Por lo pronto ni el presidente Alan García ni ministro alguno hablan del caso. Cuidado que similar parálisis provocó la catástrofe de Bagüa y muchas otras situaciones limite. El peligro es que cuando la ultra adopte la bandera chauvinista del gas ya será demasiado tarde. ¿El gobierno aprista acabará regalándole tremenda divisa electorera al nacionalismo socialista? Creemos que no.
Un poder muy peligroso
La rectoría caviar que hace décadas gobierna la PUCP insiste en atornillarse al mando de la aún llamada “Pontificia y Católica” casa de estudios. Una universidad muy rica gracias a la mina de oro inmobiliaria y urbanizadora que recibiera como herencia –con condiciones hoy incumplidas–, así como a la maquinaria para hacer billetes en que los Wisconsin Boys han convertido a ese centro de enseñanza. Ambas fuentes de ingreso constituyen las turbinas financieras del conglomerado empresarial La Católica.
Toda una organización multimillonaria que administra en solitario la elite progre que prohíbe que alguien ajeno a ella ingrese al rectorado. Una cúpula que ha capturado como coto a la PUCP convirtiéndola en el centro de poder de la progresía nacional, facilitando que ésta intervenga en el aparato estatal a través, por ejemplo, del Poder Judicial, donde un batallón de abogados y varias oenegés políticas en unos casos coaccionan a magistrados y en otros sensualizan a jueces ofreciéndoles sendas cátedras universitarias, financiándoles seminarios, o invitándolos a eventos internacionales con todo pagado.
Asimismo el clan de letrados y oenegés políticas afines a la PUCP arrincona al Legislativo y al Ejecutivo a través de una fenomenal red mediática dirigida a demoler a aquella autoridad que no ceda a su capricho, endilgándole acusaciones de cualquier calibre. Todo perversamente orquestado por el dream team de profesionales que vive en torno al conglomerado La “Católica”; o sencillamente recurriendo al quebranto mediático de la imagen pública de quien se oponga a los intereses de la progresía, tarea en la que se especializan políticos, juristas y periodistas afines a la PUCP, retribuyendo de esa manera favores o atenciones que reciben de esa riquísima empresa universitaria.
Es pues grosera la hegemonía que ejerce la PUCP en el país. Hablamos de un peligroso esquema de poder –sobre todo económico y político– con el que hace décadas se beneficia la progresía socialista vía el rectorado caviar. Y claro, con plata de otros. En parte gracias a las altísimas cuotas que pagan los estudiantes, y asimismo con la fortuna que dejó el mecenas José de la Riva Agüero y Osma. Una herencia sujeta a condiciones precisas, que sin embargo han sido consistentemente incumplidas por la PUCP desde que su ex Rector, Salomón Lerner –el de la Comisión de la Verdad– “interpretó” per se la voluntad del donante respecto, por ejemplo, a la participación del Arzobispado de Lima –recordemos que la universidad sigue llamándose “Católica y Pontificia”– en la administración de los bienes donados. El tema, como el país conoce, ya fue zanjado en dos instancias por el Poder Judicial mediante sentencias a favor del Arzobispado. No obstante el pool de abogados de la PUCP insiste en desacatar los fallos apelando a desesperados artilugios para no perder el control de ese fenomenal conglomerado. ¿Hasta cuándo seguirán manipulando parte del país los rectorados caviar de la PUCP?
Toda una organización multimillonaria que administra en solitario la elite progre que prohíbe que alguien ajeno a ella ingrese al rectorado. Una cúpula que ha capturado como coto a la PUCP convirtiéndola en el centro de poder de la progresía nacional, facilitando que ésta intervenga en el aparato estatal a través, por ejemplo, del Poder Judicial, donde un batallón de abogados y varias oenegés políticas en unos casos coaccionan a magistrados y en otros sensualizan a jueces ofreciéndoles sendas cátedras universitarias, financiándoles seminarios, o invitándolos a eventos internacionales con todo pagado.
Asimismo el clan de letrados y oenegés políticas afines a la PUCP arrincona al Legislativo y al Ejecutivo a través de una fenomenal red mediática dirigida a demoler a aquella autoridad que no ceda a su capricho, endilgándole acusaciones de cualquier calibre. Todo perversamente orquestado por el dream team de profesionales que vive en torno al conglomerado La “Católica”; o sencillamente recurriendo al quebranto mediático de la imagen pública de quien se oponga a los intereses de la progresía, tarea en la que se especializan políticos, juristas y periodistas afines a la PUCP, retribuyendo de esa manera favores o atenciones que reciben de esa riquísima empresa universitaria.
Es pues grosera la hegemonía que ejerce la PUCP en el país. Hablamos de un peligroso esquema de poder –sobre todo económico y político– con el que hace décadas se beneficia la progresía socialista vía el rectorado caviar. Y claro, con plata de otros. En parte gracias a las altísimas cuotas que pagan los estudiantes, y asimismo con la fortuna que dejó el mecenas José de la Riva Agüero y Osma. Una herencia sujeta a condiciones precisas, que sin embargo han sido consistentemente incumplidas por la PUCP desde que su ex Rector, Salomón Lerner –el de la Comisión de la Verdad– “interpretó” per se la voluntad del donante respecto, por ejemplo, a la participación del Arzobispado de Lima –recordemos que la universidad sigue llamándose “Católica y Pontificia”– en la administración de los bienes donados. El tema, como el país conoce, ya fue zanjado en dos instancias por el Poder Judicial mediante sentencias a favor del Arzobispado. No obstante el pool de abogados de la PUCP insiste en desacatar los fallos apelando a desesperados artilugios para no perder el control de ese fenomenal conglomerado. ¿Hasta cuándo seguirán manipulando parte del país los rectorados caviar de la PUCP?
jueves, 25 de junio de 2009
¿Somos tan cándidos?
Interesantes declaraciones publica el diario Correo del político nicaragüense Eduardo Montealegre, quien confirma que el asilo otorgado por su país al tal Pizango –promotor de la asonada que acabó con 34 seres humanos, 25 de ellos policías espantosamente asesinados– es un trabajo montado por el impresentable Hugo Chávez en coordinación con Evo Morales, Daniel Ortega y los líderes indígenas del Perú, “en represalia por el asilo que dio el presidente Alan García a Manuel Rosales, principal opositor del impresentable en Venezuela. Ahora buscan desestabilizar al gobierno de García. Ortega se está prestando al juego, como títere que es de Hugo Chávez”. Al respecto, acotamos nosotros, la represalia del impresentable podría deberse también al follón que armó Mario Vargas Llosa durante su estadía en Caracas. Porque el laureado novelista enervó de tal forma a Chávez que lo llevó a reaccionar de manera circense, citándolo a “dialogar” en uno de sus interminables monólogos televisivos a los que semanalmente asisten –obligados y sumisos– entorchados y paniaguados chavistas para endiosar al amo. Y es probable que el impresentable imaginara que la presencia de Vargas Llosa en su terreno obedecía a una trama de Alan García. En consecuencia, que el peruano lo hiciera quedar en ridículo ante su propia plebe sencillamente sacó de sus casillas al monstruo de Caracas, llevándolo a bajarle el dedo a García –especulándolo artífice de la trampa– ya que con Vargas Llosa no puede meterse.
Pero volviendo a las declaraciones del nicaragüense Montealegre, éste formula una pregunta elemental que luego él mismo responde: si el tal Pizango estaba tan desesperado buscando asilo, “¿por qué no fue a la embajada de Venezuela, o a la de Bolivia? Porque Tanto (Daniel) Ortega como (Tomás) Borge son títeres y empleados de Hugo Chávez. Por eso Chávez le está pagando US$ 450 millones al año a Ortega, para que haga lo que diga.” Aunque agregamos nosotros, la verdadera razón por la que el tal Pizango no tocó las puertas de las embajadas venezolana o boliviana fue sencillamente para hacer menos obvia la estrategia intervencionista del impresentable. Recordemos que está metido hasta el cogote en la intentona de insurrección indigenista en el Perú, promovida y financiada por Caracas de la mano de un especialista en asonadas dinamiteras y sangrientas como el líder cocalero –y hoy presidente– Evo Morales.
Y el líder de la Bancada Demócrata Nicaragüense (BDN), Eduardo Montealegre, concluye con una frase lapidaria: “Si fuera el presidente Alan García, a Tomás Borge lo deportaría, lo sacaría del país y lo declararía no grato.” Lo hemos escrito múltiples veces: la torpeza de los caviares que dominan Torre Tagle –no necesariamente culpa del actual Canciller– hizo que este gobierno diera el Agreement a un terrorista –y asesino de los indígenas de su país– como Tomás Borge, embajador de Nicaragua en el Perú. Un elemento pernicioso, indeseable que, con toda seguridad, pasa sus días complotando con la ultra para desbarrancar a García y volar en pedazos nuestra democracia. El gobierno debe echar hoy mismo a este enemigo del Perú. ¿O vamos a seguir siendo tan cándidos?
Pero volviendo a las declaraciones del nicaragüense Montealegre, éste formula una pregunta elemental que luego él mismo responde: si el tal Pizango estaba tan desesperado buscando asilo, “¿por qué no fue a la embajada de Venezuela, o a la de Bolivia? Porque Tanto (Daniel) Ortega como (Tomás) Borge son títeres y empleados de Hugo Chávez. Por eso Chávez le está pagando US$ 450 millones al año a Ortega, para que haga lo que diga.” Aunque agregamos nosotros, la verdadera razón por la que el tal Pizango no tocó las puertas de las embajadas venezolana o boliviana fue sencillamente para hacer menos obvia la estrategia intervencionista del impresentable. Recordemos que está metido hasta el cogote en la intentona de insurrección indigenista en el Perú, promovida y financiada por Caracas de la mano de un especialista en asonadas dinamiteras y sangrientas como el líder cocalero –y hoy presidente– Evo Morales.
Y el líder de la Bancada Demócrata Nicaragüense (BDN), Eduardo Montealegre, concluye con una frase lapidaria: “Si fuera el presidente Alan García, a Tomás Borge lo deportaría, lo sacaría del país y lo declararía no grato.” Lo hemos escrito múltiples veces: la torpeza de los caviares que dominan Torre Tagle –no necesariamente culpa del actual Canciller– hizo que este gobierno diera el Agreement a un terrorista –y asesino de los indígenas de su país– como Tomás Borge, embajador de Nicaragua en el Perú. Un elemento pernicioso, indeseable que, con toda seguridad, pasa sus días complotando con la ultra para desbarrancar a García y volar en pedazos nuestra democracia. El gobierno debe echar hoy mismo a este enemigo del Perú. ¿O vamos a seguir siendo tan cándidos?
Años muy complicados
Así como en el matrimonio se habla del comezón del sétimo año, en la gestión presidencial peruana hay que referirse al comezón del tercer año. Entusiasmado por años de preparación como figura pública; enardecido por el aplauso y la sonrisa de simpatizantes y curiosos; extasiado por la alcahuetería de asesores y afines; y finalmente extenuado tras luchar 24 meses en esa jungla llamada campaña electoral, resulta que como máximo el presidente puede gozar de dos años de luna de miel, una vez instalado en la parafernalia palaciega. Al año tres la declaratoria de guerra nuclear es automática. El origen de esta tara estriba en la vigencia del mandato presidencial y en los plazos de gobierno de las autoridades regionales y municipales. En efecto, el año entrante el país ya se apresta a elegir alcaldes y presidentes de región, y el siguiente al jefe de Estado. Es decir, una hecatombe política que se agrava por la ausencia de auténticos partidos políticos; mientras en contraste asoma esa multitud de irresponsables, improvisados, demagogos y fanáticos –los polichinelas de corrientes foráneas, como la que impulsa y financia el impresentable Hugo Chávez– que amenazan con gobernar esta nación.
La historia se repite con casi todos los jefes de Estado que han gobernado este país. El propio Alan García está viviendo un deja vu, pues durante los primeros 24 meses de su primera gestión la pasó como príncipe. Los tres últimos fueron peor que Vietnam. La última excepción a la regla fue con Alberto Fujimori quien, abrumado por la amenaza terrorista, los estertores de la hiperinflación–devaluación y el aislamiento del Perú de la comunidad económica, acabó con el mito del comezón clausurando el Congreso antes de su segundo año de gobierno. Toledo también tuvo su Gólgota recién cumplido dos años de mandato, al extremo que durante meses Pachacútec II permaneció parapetado en Palacio cuando unos sectores demandaban su remoción, mientras otros exigían que el primer ministro asuma el ejercicio del poder y que Toledín fuese apenas un figurón.
El resultado de esta realidad tercermundista es que, en la práctica, los gobiernos en el Perú duran dos años. Cualquier reforma, iniciativa, propuesta, etc., que el mandatario electo pretenda poner en marcha, sencillamente quedará trunca si no logra promulgarla antes de los 24 meses de vigencia de su gestión. Lo estamos comprobando en este segundo régimen aprista. Lo censurable es que con la experiencia que acumuló en los ochenta el presidente García no previera la encrucijada. Lamentablemente prefirió dormirse en sus laureles enclaustrándose en palacio en plena insurrección electorera; sin reflejos personales; sin presencia gubernamental al interior del país; con su partido político mediatizado, dividido y sin dominio de la calle; con un equipo de ministros que desconoce las artes políticas; etc. Y cuidado que estamos al comienzo de las campañas electorales. Nos esperan dos años muy complicados.
La historia se repite con casi todos los jefes de Estado que han gobernado este país. El propio Alan García está viviendo un deja vu, pues durante los primeros 24 meses de su primera gestión la pasó como príncipe. Los tres últimos fueron peor que Vietnam. La última excepción a la regla fue con Alberto Fujimori quien, abrumado por la amenaza terrorista, los estertores de la hiperinflación–devaluación y el aislamiento del Perú de la comunidad económica, acabó con el mito del comezón clausurando el Congreso antes de su segundo año de gobierno. Toledo también tuvo su Gólgota recién cumplido dos años de mandato, al extremo que durante meses Pachacútec II permaneció parapetado en Palacio cuando unos sectores demandaban su remoción, mientras otros exigían que el primer ministro asuma el ejercicio del poder y que Toledín fuese apenas un figurón.
El resultado de esta realidad tercermundista es que, en la práctica, los gobiernos en el Perú duran dos años. Cualquier reforma, iniciativa, propuesta, etc., que el mandatario electo pretenda poner en marcha, sencillamente quedará trunca si no logra promulgarla antes de los 24 meses de vigencia de su gestión. Lo estamos comprobando en este segundo régimen aprista. Lo censurable es que con la experiencia que acumuló en los ochenta el presidente García no previera la encrucijada. Lamentablemente prefirió dormirse en sus laureles enclaustrándose en palacio en plena insurrección electorera; sin reflejos personales; sin presencia gubernamental al interior del país; con su partido político mediatizado, dividido y sin dominio de la calle; con un equipo de ministros que desconoce las artes políticas; etc. Y cuidado que estamos al comienzo de las campañas electorales. Nos esperan dos años muy complicados.
Los irresponsables
Uno de los peores rasgos de quien aspira a ser jefe de Estado es la irresponsabilidad. La mediocridad, la estupidez, la huachafería o la incapacidad son, en fin, características genéticas insuperables.
No obstante la irresponsabilidad –y sus derivados como la incoherencia, la inconsistencia, la demagogia, el populismo, la trampa o el engaño–, son sintomatologías perversas que convierten a aquel aspirante en delincuente social, en persona moralmente proscrita para dirigir una nación.
Evidentemente el político irresponsable no tiene éxito en los países avanzados. Basta el menor asomo de una personalidad como esa para que de antemano la ciudadanía lo tache de inelegible. Así de fácil. Y es que la cultura de una nación constituye el primer escalón para frenar la mala práctica de quienes –portando idiosincrasias tramposas– aspiran a gobernarla. Sin embargo en países como el nuestro, con alto porcentaje de pobreza e incultura –hasta analfabetismo– el político irresponsable tiene un sitial privilegiado por sus dotes de vendedor de cebo de culebra para un público cándido –aunque bien intencionado– que lo cree todo; así como para esa otra parte de la sociedad que –debido a la atávica pobreza nacional– solo persigue la esperanza de una vida mejor a través de soñar con el engaño al que la someten los irresponsables.
Una moda que demuestra la irresponsabilidad de nuestra clase dirigente es cuando algunos de sus integrantes se presentan al público como “gente de izquierda” (o centro izquierda, para mediatizar el efecto). Hablamos de personas que no solo viven rodeadas de todas las comodidades sino de lujos extravagantes, amén de fortunas. Desde luego aquello no es falta ni delito, pero sí impedimento suficiente para autocalificarse de izquierdista. Sobre todo cuando se habla para la platea. Eso, señores, es fraude. No hace mucho sucedió con un banquero empresario y luego con un exitoso dueño de restaurantes. Ambos intentaron venderle al país el tranvía de “su” pensamiento de izquierda. El primero, jactándose de un risible centro izquierdismo universitario, y el segundo alegando que es pecado ser de derecha en este país. Hasta el ex presidente Toledo declara ser “un hombre de centro izquierda moderno”. Más sindéresis, señores, que el país conoce a su gente.
A propósito, un peso ligero de la política como Toledo, maniatado por la progresía caviar que sigue cobrándole su encumbramiento el 2001, en reciente entrevista se permite incendiar aún más la pradera culpando al gobierno de la matanza de un número indeterminado de personas, y pontificando que el tal Pizango es un perseguido político “en tanto –¡una nueva comisión de la verdad!– clarifique lo ocurrido en Bagua”. Toledo revela así que actúa como vulgar vengativo, al mezclar su señalamiento –con sangre en el ojo– con el recuerdo que durante su gobierno, “Alan García pidió mi renuncia en el 2004. No lo logró, pero votaron (sic) en el Congreso y tengo la votación”. Y pensar que este irresponsable pretende volver a gobernarnos. ¡Dios nos coja confesados!
No obstante la irresponsabilidad –y sus derivados como la incoherencia, la inconsistencia, la demagogia, el populismo, la trampa o el engaño–, son sintomatologías perversas que convierten a aquel aspirante en delincuente social, en persona moralmente proscrita para dirigir una nación.
Evidentemente el político irresponsable no tiene éxito en los países avanzados. Basta el menor asomo de una personalidad como esa para que de antemano la ciudadanía lo tache de inelegible. Así de fácil. Y es que la cultura de una nación constituye el primer escalón para frenar la mala práctica de quienes –portando idiosincrasias tramposas– aspiran a gobernarla. Sin embargo en países como el nuestro, con alto porcentaje de pobreza e incultura –hasta analfabetismo– el político irresponsable tiene un sitial privilegiado por sus dotes de vendedor de cebo de culebra para un público cándido –aunque bien intencionado– que lo cree todo; así como para esa otra parte de la sociedad que –debido a la atávica pobreza nacional– solo persigue la esperanza de una vida mejor a través de soñar con el engaño al que la someten los irresponsables.
Una moda que demuestra la irresponsabilidad de nuestra clase dirigente es cuando algunos de sus integrantes se presentan al público como “gente de izquierda” (o centro izquierda, para mediatizar el efecto). Hablamos de personas que no solo viven rodeadas de todas las comodidades sino de lujos extravagantes, amén de fortunas. Desde luego aquello no es falta ni delito, pero sí impedimento suficiente para autocalificarse de izquierdista. Sobre todo cuando se habla para la platea. Eso, señores, es fraude. No hace mucho sucedió con un banquero empresario y luego con un exitoso dueño de restaurantes. Ambos intentaron venderle al país el tranvía de “su” pensamiento de izquierda. El primero, jactándose de un risible centro izquierdismo universitario, y el segundo alegando que es pecado ser de derecha en este país. Hasta el ex presidente Toledo declara ser “un hombre de centro izquierda moderno”. Más sindéresis, señores, que el país conoce a su gente.
A propósito, un peso ligero de la política como Toledo, maniatado por la progresía caviar que sigue cobrándole su encumbramiento el 2001, en reciente entrevista se permite incendiar aún más la pradera culpando al gobierno de la matanza de un número indeterminado de personas, y pontificando que el tal Pizango es un perseguido político “en tanto –¡una nueva comisión de la verdad!– clarifique lo ocurrido en Bagua”. Toledo revela así que actúa como vulgar vengativo, al mezclar su señalamiento –con sangre en el ojo– con el recuerdo que durante su gobierno, “Alan García pidió mi renuncia en el 2004. No lo logró, pero votaron (sic) en el Congreso y tengo la votación”. Y pensar que este irresponsable pretende volver a gobernarnos. ¡Dios nos coja confesados!
Prensa irresponsable
A propósito de nuestro comentario de ayer en torno al fraudulento sistema que busca imponer la izquierda en connivencia con la elite caviar –mal llamado democrático-, es preciso deslindar la responsabilidad que le compete al periodismo ante la pérdida de valores a la que lo inducen los panegiristas de la neo democracia, algo que amenaza destruir los derechos y deberes de un sistema realmente libre, igualitario, justo y progresista, como corresponde a una auténtica democracia. Como suele argumentarse con facundia pocas veces vista en otros casos, el periodismo –en su gran mayoría capturado por la progresía caviar– se presenta como paladín de la democracia. Por tanto se da el lujo de exigir a la sociedad que defienda como derecho propio la libertad de prensa. Es casi una demanda para que la ciudadanía se convierta en bastión de lucha por este derecho universal. Sin embargo la prensa caviar –aquí llamada gran prensa- parte de una premisa sesgada y por ende inaceptable para el país, pues considera que el público está obligado a guardarle las espaldas al grupo progre que la conforma y que, a través de la gran prensa, consolida intereses políticos y económicos ajenos al principio de libertad de información al que aspira el hombre de la calle.
Cabe precisar que, por tradición, los peruanos hemos votado contra toda ideología totalitaria. Es más, Perú vivió el oscurantismo de la prensa confiscada por el Estado con el golpe socialista de Velasco Alvarado. Fueron épocas en que el país sólo respiró una llamada verdad oficial; es decir la que provenía de la cúpula del poder, del mismísimo gobernante de turno, volcada al papel y tinta por vulgares guachimanes del dictador de turno, quienes en calidad de interventores rentados se volcaron a monopolizar las noticias y comentarios del acontecer nacional fungiendo de periodistas.
Y el peruano aborreció esa situación. Lo comprueba la caída en picada de los tirajes y ratings de la época. No obstante hoy la “gran prensa” –manejada por los caviares– empuja otra vez al Perú a un régimen totalitario. Lo comprueba, por ejemplo, la irracional defensa que realiza del derecho humano de los terroristas. Como también ahora lo hace con los incendiarios del país al denunciar irresponsablemente que el Estado masacró a un indeterminado número de indígenas liquidando sus derechos humanos. A la par, sin embargo, ignoró el asesinato de 24 policías, como si ellos no tuvieran derechos humanos. Por lo demás, esa “gran prensa” se sienta en la defensa de los valores democráticos al anteponer exigencias de la progresía como acusar de genocida a sucesivos presidentes y a oficiales de la Policía y las FF AA, dinamitando la gobernabilidad. Por último, a lo largo de la última década la “gran prensa” incumple su rol defensor de la democracia y del estado de derecho alegando que ello es competencia solo del gobierno. Falso, aquello es deber ineludible de organizaciones de interés público como los medios de comunicación. Si por desgracia el Perú cae en un nuevo velasquismo ya sabe usted, amable lector, a quienes responsabilizar.
Cabe precisar que, por tradición, los peruanos hemos votado contra toda ideología totalitaria. Es más, Perú vivió el oscurantismo de la prensa confiscada por el Estado con el golpe socialista de Velasco Alvarado. Fueron épocas en que el país sólo respiró una llamada verdad oficial; es decir la que provenía de la cúpula del poder, del mismísimo gobernante de turno, volcada al papel y tinta por vulgares guachimanes del dictador de turno, quienes en calidad de interventores rentados se volcaron a monopolizar las noticias y comentarios del acontecer nacional fungiendo de periodistas.
Y el peruano aborreció esa situación. Lo comprueba la caída en picada de los tirajes y ratings de la época. No obstante hoy la “gran prensa” –manejada por los caviares– empuja otra vez al Perú a un régimen totalitario. Lo comprueba, por ejemplo, la irracional defensa que realiza del derecho humano de los terroristas. Como también ahora lo hace con los incendiarios del país al denunciar irresponsablemente que el Estado masacró a un indeterminado número de indígenas liquidando sus derechos humanos. A la par, sin embargo, ignoró el asesinato de 24 policías, como si ellos no tuvieran derechos humanos. Por lo demás, esa “gran prensa” se sienta en la defensa de los valores democráticos al anteponer exigencias de la progresía como acusar de genocida a sucesivos presidentes y a oficiales de la Policía y las FF AA, dinamitando la gobernabilidad. Por último, a lo largo de la última década la “gran prensa” incumple su rol defensor de la democracia y del estado de derecho alegando que ello es competencia solo del gobierno. Falso, aquello es deber ineludible de organizaciones de interés público como los medios de comunicación. Si por desgracia el Perú cae en un nuevo velasquismo ya sabe usted, amable lector, a quienes responsabilizar.
La democracia falaz
Este mecanismo de gobierno al que se erradamente el Perú llama democracia –blandengue, permisivo, incoherente pero sobre todo autodestructivo hasta la náusea–, está destruyendo el tradicional sistema al que aspiran los pueblos que buscan libertad, estabilidad, igualdad, justicia y desarrollo.
En rigor lo que sucedió fue que tras la caída del Muro de Berlín el comunismo se disfrazó de democracia. Y bastó ese new look –y un discurso solidario, encantador– para que los rojos convenzan a tanto cándido “demócrata” que habían aprendido la lección de vivir en orden, paz y libertad.
Y la vanidad de esos “demócratas modernos” –una elite cumbre que pregona lo opuesto a lo que piensa y se comporta en forma contraria al modo de vida que lleva– permitió al comunismo alzarse con el título de demócrata. Para la izquierda fueron suficientes dos décadas de esa monumental, punible incoherencia para aplicar a su favor los principios labrados por la auténtica democracia, infligiéndole con ello una herida letal al sistema.
Hoy ser demócrata en el Perú es legislar según el número de cartuchos de dinamita, balas o lanzas con que la poblada amenaza al gobernante. Ser demócrata es defender los derechos humanos de los terroristas. Ser demócrata implica ignorar que los policías, los militares y los ciudadanos de derecha tienen derechos humanos. Ser demócrata es proteger a todo aquel que se alza en armas contra el Estado. Ser demócrata es tildar de asesino y genocida al gobierno que se enfrenta a la subversión y ordena el imperio de la ley con las armas que franquea la Constitución para proteger a la sociedad. Ser demócrata es aplaudir a quien pisotea la norma siempre y cuando lo haga a nombre del pueblo. Ser demócrata es satanizar al Estado, victimizar al terrorismo, y encumbrar a la delincuencia política, incluyendo el secuestro y el pistoletazo. Ser demócrata es permitir el robo, la mentira y el asalto en nombre de la pobreza. Ser demócrata es condonarle carcelería a los terroristas y condenar a cadena perpetua a la autoridad que acabó con el terrorismo. Ser demócrata es someter al Estado a la dictadura de las oenegés, al ucase de las comisiones de la verdad y al mando de los museos de sitio, en vez de observar las leyes que dictan los representantes de la nación elegidos por mayoría. Ser demócrata significa someter al Estado a las garras de los frentes populares. Ser demócrata es alentar el reclamo pedestre a través de tomas de carreteras, en lugar de canalizar el pedido por los mecanismos que zanja el estado de derecho. En fin, entre tantas otras temeridades, hoy ser demócrata en el Perú es someter a la sociedad al mandato de una minoría elitista no elegida para gobernar, y subyugar al Estado a las hordas violentistas.
Por ello es que al influjo de esta neodemocracia se viene a pique el gran país que supo remontar un cuarto de siglo de asolador terrorismo y tres décadas de nefasto socialismo. Por si no reparan, la izquierda está de regreso, señores. Esta vez trajeada de democracia.
En rigor lo que sucedió fue que tras la caída del Muro de Berlín el comunismo se disfrazó de democracia. Y bastó ese new look –y un discurso solidario, encantador– para que los rojos convenzan a tanto cándido “demócrata” que habían aprendido la lección de vivir en orden, paz y libertad.
Y la vanidad de esos “demócratas modernos” –una elite cumbre que pregona lo opuesto a lo que piensa y se comporta en forma contraria al modo de vida que lleva– permitió al comunismo alzarse con el título de demócrata. Para la izquierda fueron suficientes dos décadas de esa monumental, punible incoherencia para aplicar a su favor los principios labrados por la auténtica democracia, infligiéndole con ello una herida letal al sistema.
Hoy ser demócrata en el Perú es legislar según el número de cartuchos de dinamita, balas o lanzas con que la poblada amenaza al gobernante. Ser demócrata es defender los derechos humanos de los terroristas. Ser demócrata implica ignorar que los policías, los militares y los ciudadanos de derecha tienen derechos humanos. Ser demócrata es proteger a todo aquel que se alza en armas contra el Estado. Ser demócrata es tildar de asesino y genocida al gobierno que se enfrenta a la subversión y ordena el imperio de la ley con las armas que franquea la Constitución para proteger a la sociedad. Ser demócrata es aplaudir a quien pisotea la norma siempre y cuando lo haga a nombre del pueblo. Ser demócrata es satanizar al Estado, victimizar al terrorismo, y encumbrar a la delincuencia política, incluyendo el secuestro y el pistoletazo. Ser demócrata es permitir el robo, la mentira y el asalto en nombre de la pobreza. Ser demócrata es condonarle carcelería a los terroristas y condenar a cadena perpetua a la autoridad que acabó con el terrorismo. Ser demócrata es someter al Estado a la dictadura de las oenegés, al ucase de las comisiones de la verdad y al mando de los museos de sitio, en vez de observar las leyes que dictan los representantes de la nación elegidos por mayoría. Ser demócrata significa someter al Estado a las garras de los frentes populares. Ser demócrata es alentar el reclamo pedestre a través de tomas de carreteras, en lugar de canalizar el pedido por los mecanismos que zanja el estado de derecho. En fin, entre tantas otras temeridades, hoy ser demócrata en el Perú es someter a la sociedad al mandato de una minoría elitista no elegida para gobernar, y subyugar al Estado a las hordas violentistas.
Por ello es que al influjo de esta neodemocracia se viene a pique el gran país que supo remontar un cuarto de siglo de asolador terrorismo y tres décadas de nefasto socialismo. Por si no reparan, la izquierda está de regreso, señores. Esta vez trajeada de democracia.
Prejuicios inauditos
Manuel Dammert –conocido comunista disfrazado del ropaje político que mejor le convenga para el momento– es asesor de los trabajadores portuarios. Sorprende que un comunista sea nada menos que consultor de ese núcleo duro del Apra que hace medio siglo maneja la familia Negreiros. Sin embargo, conociendo al partido de la estrella todo es posible, pues en su interior existe un espectro infinito de posiciones e intereses. El caso es que Dammert acaba de ser condenado a un año de prisión por difamar al correcto ex premier Pedro Pablo Kuczynski, tras haberlo acusado de tener intereses económicos en la privatización de puertos y en la exportación del gas de Camisea.
Es decir, el comunista mintió –porque no pudo probar que su aseveración fue cierta– y el juez sencillamente lo condeno. Sin embargo la prensa caviar pretende tergiversar la realidad politizando el caso, al descalificar al juez a quien acusa de actuar contra la mafia que monopoliza el asunto de los derechos humanos en el país. Así de simple. Según el periodismo progre, “la sentencia –contra Dammert- fue emitida por el juez suplente Julio Diaz Paz, del 20 Juzgado Penal, el mismo que ordenó la detención del abogado de –la oenegé- Ideele, Carlos Rivera. ¡Y saltó la liebre! Porque de manera sibilina, con esa nota a pie de página vitriólica la prensa caviar insinúa que la sentencia contra Dammert es prevaricadora pues proviene de un juez que ataca a los defensores de los derechos humanos, una organización intocable, inmaculada, infalible e impoluta, contra la cual ni periodista, ni juez, ni policía, ni político alguno se puede meter sin acabar enlodado y condenado mediáticamente como el peor de los delincuentes.
Al respecto, hay que recordar que la oenegé Ideele –a la que pertenece el abogado Rivera– defiende a terroristas y es aquella que acusó de genocida a Fujimori y ahora hace lo mismo con Alan García. Es más –como sucedió en la época del terrorismo– la oenegé Ideele calla en siete idiomas todos los asesinatos de policías y militares, como lo ha hecho esta vez con los 24 policías acribillados en Bagua por la turba a la que defiende con los dientes esa oenegé. Y también cabe demás recordar que la oenegé Ideele es aquella que ha conseguido que la Corte Interamericana de Derechos Humanos conceda millonarias indemnizaciones a los peores terroristas, millones de dólares que debemos pagar los peruanos que precisamente fuimos victimas de esos miserables.
Ahora bien, ¿qué tiene que ver el fallo por difamación contra el comunista Dammert con la detención de un defensor de derechos humanos de terroristas? Pues nada. Se trata solo de la estrategia de la progresía caviar dirigida a desacreditar a todo aquel que se meta con la mafia de las oenegés políticas. En este caso sencillamente pretende anular la labor de un juez que se atrevió a procesar a un integrante conspicuo de la progresía, quien se había zurrado en la ley. En consecuencia, estamos ante otra de las estrategias intolerables del caviarismo para consolidar poder a costa de desacreditar a quienes piensan diferente.
Es decir, el comunista mintió –porque no pudo probar que su aseveración fue cierta– y el juez sencillamente lo condeno. Sin embargo la prensa caviar pretende tergiversar la realidad politizando el caso, al descalificar al juez a quien acusa de actuar contra la mafia que monopoliza el asunto de los derechos humanos en el país. Así de simple. Según el periodismo progre, “la sentencia –contra Dammert- fue emitida por el juez suplente Julio Diaz Paz, del 20 Juzgado Penal, el mismo que ordenó la detención del abogado de –la oenegé- Ideele, Carlos Rivera. ¡Y saltó la liebre! Porque de manera sibilina, con esa nota a pie de página vitriólica la prensa caviar insinúa que la sentencia contra Dammert es prevaricadora pues proviene de un juez que ataca a los defensores de los derechos humanos, una organización intocable, inmaculada, infalible e impoluta, contra la cual ni periodista, ni juez, ni policía, ni político alguno se puede meter sin acabar enlodado y condenado mediáticamente como el peor de los delincuentes.
Al respecto, hay que recordar que la oenegé Ideele –a la que pertenece el abogado Rivera– defiende a terroristas y es aquella que acusó de genocida a Fujimori y ahora hace lo mismo con Alan García. Es más –como sucedió en la época del terrorismo– la oenegé Ideele calla en siete idiomas todos los asesinatos de policías y militares, como lo ha hecho esta vez con los 24 policías acribillados en Bagua por la turba a la que defiende con los dientes esa oenegé. Y también cabe demás recordar que la oenegé Ideele es aquella que ha conseguido que la Corte Interamericana de Derechos Humanos conceda millonarias indemnizaciones a los peores terroristas, millones de dólares que debemos pagar los peruanos que precisamente fuimos victimas de esos miserables.
Ahora bien, ¿qué tiene que ver el fallo por difamación contra el comunista Dammert con la detención de un defensor de derechos humanos de terroristas? Pues nada. Se trata solo de la estrategia de la progresía caviar dirigida a desacreditar a todo aquel que se meta con la mafia de las oenegés políticas. En este caso sencillamente pretende anular la labor de un juez que se atrevió a procesar a un integrante conspicuo de la progresía, quien se había zurrado en la ley. En consecuencia, estamos ante otra de las estrategias intolerables del caviarismo para consolidar poder a costa de desacreditar a quienes piensan diferente.
¿Cuál es la estrategia?
“El grito indígena retumba en el Perú”. “El gobierno de Alan García se ve forzado a cambiar su estrategia de desarrollo”. “La ministra mandó a la policía a meter bala”. “El gobierno peruano quiere privatizar la selva para dar preferencia a las grandes transnacionales”. Son algunos titulares en la prensa internacional de los últimos días. Es más, según El País de España, Javier la Rosa de la oenegé Instituto de Defensa Legal –cuándo no–, “hay un número mayor de víctimas”. Pero si hasta la figuretti Defensora del Pueblo –que se atrevió a hablar de centenares de nativos muertos– tuvo que recular ante las evidencias. Es más, para el Ideele y el coro de oenegés derechohumanistas, los únicos muertos que valen son los nativos. Para ellos los policías son cucarachas. Su vida no vale nada. Este, señores, es el tono mediático de la mayor parte del periodismo local y mundial, lo que confirma que existe una costosa e inteligente técnica de acción.
Lo advertimos hace muchos meses: Alan García está en la mira del impresentable Hugo Chávez. No es un problema personal. Es la estrategia del “bolivariano” para alzarse con el poder en el Perú. Sabe que para ello necesita derrocar al régimen constitucionalmente elegido. Y le urge hacerlo para imponer a su candidato pelele con miras a las elecciones –puro formalismo– del 2011. El impresentable requiere pues caldear ya los ánimos en el Perú para generar un ambiente de golpe de Estado. Pero no uno de tradicional corte militar sino más bien un golpe de Estado “popular” producto de la sublevación de masas; hijo de la agitación social; sucedáneo del odio que transpira una turbamulta incendiada por el fuego lanzado por un clan de agitadores profesionales –políticos, activistas, periodistas, etc.– digitados y financiados por Caracas.
La situación es delicada. Lo acontecido en Bagua, la actual insurgencia en Andahuaylas, las amenazas que ya lanzan los cusqueños, y los siguientes conejos que seguirá sacando del sombrero el socialismo –que sigue órdenes del impresentable– no ofrecen precisamente un escenario favorable al país. Los grados de ebullición de la escalada de vértigo social –planeada y pagada por enemigos externos del Perú– seguirán aumentando conforme se consolida la campaña electoral que –con precisión– formalmente arrancó hace un mes con el alzamiento indígena.
Reiteramos, lo más probable es que la sedición y la prensa progre insistan en traerse abajo al gobierno de Alan García. Si lo logran o no les es irrelevante. En el primer caso recurrirían a la figura del gobierno transitorio aplicada con Fujimori, convocando a una elección meramente formal, aunque democráticamente inválida pues respondería a las circunstancias de desasosiego y disturbio que en esos momentos viviría la patria. Ello le permitiría a la ultra callejonera –y a la progresía caviar– manipular las cosas a su favor. Ahora bien, en caso concluya su período la gestión García, pues para entonces la dupla habrá conseguido recalentar de tal manera el ambiente social –con levantamientos indígenas por todos lados– que aquello le permitiría alzarse con el éxito electoral tras debilitar con tamaña conmoción política a los candidatos del centro y la derecha. ¿Cuál es la estrategia del presidente Alan García? El país demanda su liderazgo con urgencia.
Lo advertimos hace muchos meses: Alan García está en la mira del impresentable Hugo Chávez. No es un problema personal. Es la estrategia del “bolivariano” para alzarse con el poder en el Perú. Sabe que para ello necesita derrocar al régimen constitucionalmente elegido. Y le urge hacerlo para imponer a su candidato pelele con miras a las elecciones –puro formalismo– del 2011. El impresentable requiere pues caldear ya los ánimos en el Perú para generar un ambiente de golpe de Estado. Pero no uno de tradicional corte militar sino más bien un golpe de Estado “popular” producto de la sublevación de masas; hijo de la agitación social; sucedáneo del odio que transpira una turbamulta incendiada por el fuego lanzado por un clan de agitadores profesionales –políticos, activistas, periodistas, etc.– digitados y financiados por Caracas.
La situación es delicada. Lo acontecido en Bagua, la actual insurgencia en Andahuaylas, las amenazas que ya lanzan los cusqueños, y los siguientes conejos que seguirá sacando del sombrero el socialismo –que sigue órdenes del impresentable– no ofrecen precisamente un escenario favorable al país. Los grados de ebullición de la escalada de vértigo social –planeada y pagada por enemigos externos del Perú– seguirán aumentando conforme se consolida la campaña electoral que –con precisión– formalmente arrancó hace un mes con el alzamiento indígena.
Reiteramos, lo más probable es que la sedición y la prensa progre insistan en traerse abajo al gobierno de Alan García. Si lo logran o no les es irrelevante. En el primer caso recurrirían a la figura del gobierno transitorio aplicada con Fujimori, convocando a una elección meramente formal, aunque democráticamente inválida pues respondería a las circunstancias de desasosiego y disturbio que en esos momentos viviría la patria. Ello le permitiría a la ultra callejonera –y a la progresía caviar– manipular las cosas a su favor. Ahora bien, en caso concluya su período la gestión García, pues para entonces la dupla habrá conseguido recalentar de tal manera el ambiente social –con levantamientos indígenas por todos lados– que aquello le permitiría alzarse con el éxito electoral tras debilitar con tamaña conmoción política a los candidatos del centro y la derecha. ¿Cuál es la estrategia del presidente Alan García? El país demanda su liderazgo con urgencia.
¿Cuál es la estrategia?
“El grito indígena retumba en el Perú”. “El gobierno de Alan García se ve forzado a cambiar su estrategia de desarrollo”. “La ministra mandó a la policía a meter bala”. “El gobierno peruano quiere privatizar la selva para dar preferencia a las grandes transnacionales”. Son algunos titulares en la prensa internacional de los últimos días. Es más, según El País de España, Javier la Rosa de la oenegé Instituto de Defensa Legal –cuándo no–, “hay un número mayor de víctimas”. Pero si hasta la figuretti Defensora del Pueblo –que se atrevió a hablar de centenares de nativos muertos– tuvo que recular ante las evidencias. Es más, para el Ideele y el coro de oenegés derechohumanistas, los únicos muertos que valen son los nativos. Para ellos los policías son cucarachas. Su vida no vale nada. Este, señores, es el tono mediático de la mayor parte del periodismo local y mundial, lo que confirma que existe una costosa e inteligente técnica de acción.
Lo advertimos hace muchos meses: Alan García está en la mira del impresentable Hugo Chávez. No es un problema personal. Es la estrategia del “bolivariano” para alzarse con el poder en el Perú. Sabe que para ello necesita derrocar al régimen constitucionalmente elegido. Y le urge hacerlo para imponer a su candidato pelele con miras a las elecciones –puro formalismo– del 2011. El impresentable requiere pues caldear ya los ánimos en el Perú para generar un ambiente de golpe de Estado. Pero no uno de tradicional corte militar sino más bien un golpe de Estado “popular” producto de la sublevación de masas; hijo de la agitación social; sucedáneo del odio que transpira una turbamulta incendiada por el fuego lanzado por un clan de agitadores profesionales –políticos, activistas, periodistas, etc.– digitados y financiados por Caracas.
La situación es delicada. Lo acontecido en Bagua, la actual insurgencia en Andahuaylas, las amenazas que ya lanzan los cusqueños, y los siguientes conejos que seguirá sacando del sombrero el socialismo –que sigue órdenes del impresentable– no ofrecen precisamente un escenario favorable al país. Los grados de ebullición de la escalada de vértigo social –planeada y pagada por enemigos externos del Perú– seguirán aumentando conforme se consolida la campaña electoral que –con precisión– formalmente arrancó hace un mes con el alzamiento indígena.
Reiteramos, lo más probable es que la sedición y la prensa progre insistan en traerse abajo al gobierno de Alan García. Si lo logran o no les es irrelevante. En el primer caso recurrirían a la figura del gobierno transitorio aplicada con Fujimori, convocando a una elección meramente formal, aunque democráticamente inválida pues respondería a las circunstancias de desasosiego y disturbio que en esos momentos viviría la patria. Ello le permitiría a la ultra callejonera –y a la progresía caviar– manipular las cosas a su favor. Ahora bien, en caso concluya su período la gestión García, pues para entonces la dupla habrá conseguido recalentar de tal manera el ambiente social –con levantamientos indígenas por todos lados– que aquello le permitiría alzarse con el éxito electoral tras debilitar con tamaña conmoción política a los candidatos del centro y la derecha. ¿Cuál es la estrategia del presidente Alan García? El país demanda su liderazgo con urgencia.
Lo advertimos hace muchos meses: Alan García está en la mira del impresentable Hugo Chávez. No es un problema personal. Es la estrategia del “bolivariano” para alzarse con el poder en el Perú. Sabe que para ello necesita derrocar al régimen constitucionalmente elegido. Y le urge hacerlo para imponer a su candidato pelele con miras a las elecciones –puro formalismo– del 2011. El impresentable requiere pues caldear ya los ánimos en el Perú para generar un ambiente de golpe de Estado. Pero no uno de tradicional corte militar sino más bien un golpe de Estado “popular” producto de la sublevación de masas; hijo de la agitación social; sucedáneo del odio que transpira una turbamulta incendiada por el fuego lanzado por un clan de agitadores profesionales –políticos, activistas, periodistas, etc.– digitados y financiados por Caracas.
La situación es delicada. Lo acontecido en Bagua, la actual insurgencia en Andahuaylas, las amenazas que ya lanzan los cusqueños, y los siguientes conejos que seguirá sacando del sombrero el socialismo –que sigue órdenes del impresentable– no ofrecen precisamente un escenario favorable al país. Los grados de ebullición de la escalada de vértigo social –planeada y pagada por enemigos externos del Perú– seguirán aumentando conforme se consolida la campaña electoral que –con precisión– formalmente arrancó hace un mes con el alzamiento indígena.
Reiteramos, lo más probable es que la sedición y la prensa progre insistan en traerse abajo al gobierno de Alan García. Si lo logran o no les es irrelevante. En el primer caso recurrirían a la figura del gobierno transitorio aplicada con Fujimori, convocando a una elección meramente formal, aunque democráticamente inválida pues respondería a las circunstancias de desasosiego y disturbio que en esos momentos viviría la patria. Ello le permitiría a la ultra callejonera –y a la progresía caviar– manipular las cosas a su favor. Ahora bien, en caso concluya su período la gestión García, pues para entonces la dupla habrá conseguido recalentar de tal manera el ambiente social –con levantamientos indígenas por todos lados– que aquello le permitiría alzarse con el éxito electoral tras debilitar con tamaña conmoción política a los candidatos del centro y la derecha. ¿Cuál es la estrategia del presidente Alan García? El país demanda su liderazgo con urgencia.
martes, 23 de junio de 2009
Los verdaderos enemigos del Perú
La asonada indígena en diferentes zonas del país no debió tomarnos por sorpresa. Era de esperarse. Más aún conforme estamos ingresando a la campaña electoral con miras al 2011. Sin embargo, las cosas no fueron así. Es probable que ello se deba a la inoperancia de los servicios de inteligencia. O tal vez a la necedad del propio gobierno por no haberle prestado atención a posibles informes de aquellos servicios. El hecho es que al Estado peruano –y a la sociedad en su conjunto, excepto a los miserables instigadores de la insurrección de los nativos– lo cogieron desnudo en la tina.
Razones pueden especularse a raudales. Sobre todo ex post los luctuosos sucesos de Bagua. Aun cuando acá las cosas se complican a diario, pues el indigenismo –movido por el impresentable Hugo Chávez y su pelele Evo Morales– sigue incendiando la pradera. El turno le toca ahora a Andahuaylas, donde miles de pobladores –exacerbados por la prédica odiosa y acomplejada de ambos gobernantes extranjeros, multiplicada a su vez por el partido “nacionalista” local– ya no se satisfacen con la derogatoria de los decretos que ponen orden a la propiedad selvática, sino que esta vez el indigenismo radical demanda la vacancia presidencial y el cambio de política económica.
Lo advertimos en sinnúmero de oportunidades: es intolerable que el Estado negocie promulgar o derogar leyes bajo presión. Peor aún, resulta suicida que el Ejecutivo y el Congreso especulen que al ceder posiciones conseguirán neutralizar al enemigo. No obstante, en el caso de los decretos de marras el gobierno aprista desoyó todas aquellas recomendaciones y optó por el camino facilista –peligrosísimo, por cierto– de claudicar, quizá imaginando que al ganar tiempo obtendría alguna victoria. Falso de arriba abajo. Reiteramos: negociar leyes a cambio de una paz efímera –con lanzas y pistolas apuntadas al pecho de la Policía– implica volar en pedazos toda la estructura jurídica sobre la que reposa la sociedad. Y eso equivale a someter al Estado a la extorsión violentista –que en este caso proviene del indigenismo como más tarde podría volver a ser del terrorismo– a cambio de una tregua que al poco tiempo estallará aún con peores asonadas, conociendo el enemigo que tiene bajo amenaza al Estado.
Sabemos de antemano la postura del gobierno ante esta crítica: “no se puede responder con bala a la protesta de los indígenas”. Y conocemos que ella coincide con la versión antojadiza de partidos como el “nacionalista” y la de los representantes de la progresía caviar. Y allí estriba precisamente el fundamento de la estrategia socialista que busca la conquista del poder mediante la fuerza; mediante la extorsión política traducida en rebeliones armadas a las que –como cuestión previa– la ultra y la progresía exigen que el Estado trate con guante de seda a los salvajes exaltados convertidos en criminales.
En otras palabras, hablamos del mismo escenario que en el caso del terrorismo. Es decir, las fuerzas del mal –aquellas mentes asesinas que insuflan odio, venganza, rencor y traición a nuestros pobladores– tienen todas las prerrogativas y ventajas para ganar, mientras que la sociedad se ve impedida de defenderse porque haciéndolo –ultras y caviares dixit– se atenta contra los derechos humanos de aquellas bestias que sí tienen patente de Corso para asesinar a policías y a gente inocente sin que luego la Justicia las procese. Policías que en cualquier parte del planeta serían héroes y la Justicia estaría persiguiendo a sus ejecutores. Menos acá. Porque ay del juez que se atreva a encausar a un criminal revoltoso: le caen encima los ultras y todas las oenegés, y acaba enjuiciado, sentenciado y desprestigiado por la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
Entonces entramos ya a la etapa de la cantada bolivianización. En ese orden de cosas, el impresentable Chávez –con el respaldo de todo aquel país enfrentado con los Estados Unidos, ansioso por quebrar la presencia norteamericana en nuestra región– es consciente de que su candidato a la presidencia del Perú para el 2011 no va a triunfar por la vía de los votos. En consecuencia la única salida para capturar el poder en este país es generar el mismo malestar social que incubó y expandió su pelele, Evo Morales, en Bolivia. Siguiendo el libreto socialista, Morales logró orquestar la avalancha indigenista en su condición de dirigente extremista cocalero. Y en el caso peruano, Ollanta Humala –o quien haga sus veces el 2011– necesita hacerlo soliviantando a los pueblos andinos por quítame estas pajas, acusando de ladrón, asesino, genocida, etc. al gobierno central, con lo cual piensa conseguir la adhesión y simpatía de tanta población analfabeta.
Para lograr su objetivo, el impresentable y sus peleles cuentan con un aliado exquisito: la progresía caviar. Sino leamos a los boxers de la prensa “correcta”, entre quienes destacan figuras epónimas del derechohumanismo más obtuso y fundamentalista, gente que se rasga las vestiduras en su afán por defender a todo aquel que se levante contra el Estado; y más grave aún, en su delirio por acusar de genocida al gobernante de turno que procure reponer el orden quebrado por la sedición. Sucedió ayer con los terroristas –hoy victimizados e indemnizados gracias a la progresía–, y sucede esta vez con la dirigencia indigenista que promueve Caracas con sus satélites La Paz, Managua, etc.
Que quede constancia. La ultra callejera no está sola. Actúa en connivencia con la refinada progresía caviar, clan que lamentablemente controla casi toda la prensa peruana. Y son ambos sectores los que vienen tramando la campaña para imponernos un nuevo gobierno de corte dictatorial, semejante al de Velasco Alvarado y al del impresentable Chávez. Es decir, abusivo, sin libertades, sin derecho a la propiedad, con un populismo enfermizo, una burocracia salvaje, sin Justicia, sin prensa libre, etc. Estamos advertidos. La ultra y los caviares son los enemigos del Perú.
Razones pueden especularse a raudales. Sobre todo ex post los luctuosos sucesos de Bagua. Aun cuando acá las cosas se complican a diario, pues el indigenismo –movido por el impresentable Hugo Chávez y su pelele Evo Morales– sigue incendiando la pradera. El turno le toca ahora a Andahuaylas, donde miles de pobladores –exacerbados por la prédica odiosa y acomplejada de ambos gobernantes extranjeros, multiplicada a su vez por el partido “nacionalista” local– ya no se satisfacen con la derogatoria de los decretos que ponen orden a la propiedad selvática, sino que esta vez el indigenismo radical demanda la vacancia presidencial y el cambio de política económica.
Lo advertimos en sinnúmero de oportunidades: es intolerable que el Estado negocie promulgar o derogar leyes bajo presión. Peor aún, resulta suicida que el Ejecutivo y el Congreso especulen que al ceder posiciones conseguirán neutralizar al enemigo. No obstante, en el caso de los decretos de marras el gobierno aprista desoyó todas aquellas recomendaciones y optó por el camino facilista –peligrosísimo, por cierto– de claudicar, quizá imaginando que al ganar tiempo obtendría alguna victoria. Falso de arriba abajo. Reiteramos: negociar leyes a cambio de una paz efímera –con lanzas y pistolas apuntadas al pecho de la Policía– implica volar en pedazos toda la estructura jurídica sobre la que reposa la sociedad. Y eso equivale a someter al Estado a la extorsión violentista –que en este caso proviene del indigenismo como más tarde podría volver a ser del terrorismo– a cambio de una tregua que al poco tiempo estallará aún con peores asonadas, conociendo el enemigo que tiene bajo amenaza al Estado.
Sabemos de antemano la postura del gobierno ante esta crítica: “no se puede responder con bala a la protesta de los indígenas”. Y conocemos que ella coincide con la versión antojadiza de partidos como el “nacionalista” y la de los representantes de la progresía caviar. Y allí estriba precisamente el fundamento de la estrategia socialista que busca la conquista del poder mediante la fuerza; mediante la extorsión política traducida en rebeliones armadas a las que –como cuestión previa– la ultra y la progresía exigen que el Estado trate con guante de seda a los salvajes exaltados convertidos en criminales.
En otras palabras, hablamos del mismo escenario que en el caso del terrorismo. Es decir, las fuerzas del mal –aquellas mentes asesinas que insuflan odio, venganza, rencor y traición a nuestros pobladores– tienen todas las prerrogativas y ventajas para ganar, mientras que la sociedad se ve impedida de defenderse porque haciéndolo –ultras y caviares dixit– se atenta contra los derechos humanos de aquellas bestias que sí tienen patente de Corso para asesinar a policías y a gente inocente sin que luego la Justicia las procese. Policías que en cualquier parte del planeta serían héroes y la Justicia estaría persiguiendo a sus ejecutores. Menos acá. Porque ay del juez que se atreva a encausar a un criminal revoltoso: le caen encima los ultras y todas las oenegés, y acaba enjuiciado, sentenciado y desprestigiado por la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
Entonces entramos ya a la etapa de la cantada bolivianización. En ese orden de cosas, el impresentable Chávez –con el respaldo de todo aquel país enfrentado con los Estados Unidos, ansioso por quebrar la presencia norteamericana en nuestra región– es consciente de que su candidato a la presidencia del Perú para el 2011 no va a triunfar por la vía de los votos. En consecuencia la única salida para capturar el poder en este país es generar el mismo malestar social que incubó y expandió su pelele, Evo Morales, en Bolivia. Siguiendo el libreto socialista, Morales logró orquestar la avalancha indigenista en su condición de dirigente extremista cocalero. Y en el caso peruano, Ollanta Humala –o quien haga sus veces el 2011– necesita hacerlo soliviantando a los pueblos andinos por quítame estas pajas, acusando de ladrón, asesino, genocida, etc. al gobierno central, con lo cual piensa conseguir la adhesión y simpatía de tanta población analfabeta.
Para lograr su objetivo, el impresentable y sus peleles cuentan con un aliado exquisito: la progresía caviar. Sino leamos a los boxers de la prensa “correcta”, entre quienes destacan figuras epónimas del derechohumanismo más obtuso y fundamentalista, gente que se rasga las vestiduras en su afán por defender a todo aquel que se levante contra el Estado; y más grave aún, en su delirio por acusar de genocida al gobernante de turno que procure reponer el orden quebrado por la sedición. Sucedió ayer con los terroristas –hoy victimizados e indemnizados gracias a la progresía–, y sucede esta vez con la dirigencia indigenista que promueve Caracas con sus satélites La Paz, Managua, etc.
Que quede constancia. La ultra callejera no está sola. Actúa en connivencia con la refinada progresía caviar, clan que lamentablemente controla casi toda la prensa peruana. Y son ambos sectores los que vienen tramando la campaña para imponernos un nuevo gobierno de corte dictatorial, semejante al de Velasco Alvarado y al del impresentable Chávez. Es decir, abusivo, sin libertades, sin derecho a la propiedad, con un populismo enfermizo, una burocracia salvaje, sin Justicia, sin prensa libre, etc. Estamos advertidos. La ultra y los caviares son los enemigos del Perú.
miércoles, 17 de junio de 2009
Otra vez la verdad oficial
En su sección Espectáculos El Comercio descalifica al señor Aldo Mariátegui, director del diario Correo, para conducir un programa noticioso en un canal de TV. El argumento que esgrime es que el señor Mariátegui es de derecha. Y recurriendo al vedado recurso del anonimato, el diario en cuestión se permite insultar al ilustrado periodista tildándolo de “extremista, radical de derecha, obcecado en su fundamentalismo y radicalismo, por lo que no debe tener tribuna en un medio importante como el Canal 2. Aldo Mariátegui, viejo fósil liberal con posiciones extremistas de derecha, es un fascista.”
Claro, los jacobinos que trabajan para El Comercio sí son buenos profesionales y calificados periodistas. ¿Por qué? Sencillamente porque es gente de izquierda. ¿O acaso alguna vez El Comercio criticó a quien durante años fue su mastín engreído, el neoizquierdista Augusto Álvarez Rodrich, llamándolo –como lo que es– sectario, fundamentalista o fanático, hecho inobjetablemente demostrado a través de sus sesgadas apreciaciones derechohumanistas producto de su urgencia por distanciarse del alma mater fujimorista? Como tampoco lo hace El Comercio con su conductora televisiva, Rosa María Palacios, otra neozurda artificial igualmente necesitada de desprenderse de su pasado fujimorista, para lo cual se convirtió en excelsa detractora de todas las opiniones de centro y, en general, de aquellas corrientes que no comulguen con la moda progre-caviar de vivir como millonario pero protestar como proletario.
El Comercio y la progresía enquistada en la mayoría de diarios del país se consideran los únicos capaces de opinar en un medio de comunicación. Todo aquel que se oponga a sus ideas, opiniones y propuestas está vetado de pertenecer al gremio periodístico. Es más, en el colmo de la prepotencia El Comercio se jacta de encarnar al diarismo nacional a través de una oenegé indebidamente llamada Consejo de la Prensa Peruana, cenáculo que apenas agrupa a una elite de dueños de periódicos –queriendo sustituir al Colegio de Periodistas– pero que de ninguna forma interpreta el sentir de todos los diarios del país.
Comprobamos entonces cómo el pensamiento sectario caviar quiere apoderarse del periodismo. El Comercio y su comparsa intentan así proscribir de la profesión a quienes llevan el pensamiento liberal de centro y de derecha. ¿Con qué autoridad moral? ¿Quién ha concedido a estos individuos la virtud de actuar como censores, como catones, o como dueños de la verdad en torno al sagrado oficio periodístico? Prepotencia pura, señores.
Denunciamos la actitud antidemocrática, dogmática e intransigente de estos personajes insoportables que insisten en aparecer como impolutos cuando en verdad son lobos con piel de cordero. Lobos que trabajan con obstinación para imponer el nuevo monopolio de la prensa, buscando convertirla en instrumento monocorde donde solo exista la verdad oficial de los caviares. Semejante a la verdad oficial socialista que rige en Cuba o a la que hubo en la ex Unión Soviética, solo que en este caso la verdad oficial la impone la neoizquierda que hoy domina la mayor parte del diarismo peruano. Por supuesto que EXPRESO será siempre la piedra en el zapato para esta gente intolerante y mendaz.
Claro, los jacobinos que trabajan para El Comercio sí son buenos profesionales y calificados periodistas. ¿Por qué? Sencillamente porque es gente de izquierda. ¿O acaso alguna vez El Comercio criticó a quien durante años fue su mastín engreído, el neoizquierdista Augusto Álvarez Rodrich, llamándolo –como lo que es– sectario, fundamentalista o fanático, hecho inobjetablemente demostrado a través de sus sesgadas apreciaciones derechohumanistas producto de su urgencia por distanciarse del alma mater fujimorista? Como tampoco lo hace El Comercio con su conductora televisiva, Rosa María Palacios, otra neozurda artificial igualmente necesitada de desprenderse de su pasado fujimorista, para lo cual se convirtió en excelsa detractora de todas las opiniones de centro y, en general, de aquellas corrientes que no comulguen con la moda progre-caviar de vivir como millonario pero protestar como proletario.
El Comercio y la progresía enquistada en la mayoría de diarios del país se consideran los únicos capaces de opinar en un medio de comunicación. Todo aquel que se oponga a sus ideas, opiniones y propuestas está vetado de pertenecer al gremio periodístico. Es más, en el colmo de la prepotencia El Comercio se jacta de encarnar al diarismo nacional a través de una oenegé indebidamente llamada Consejo de la Prensa Peruana, cenáculo que apenas agrupa a una elite de dueños de periódicos –queriendo sustituir al Colegio de Periodistas– pero que de ninguna forma interpreta el sentir de todos los diarios del país.
Comprobamos entonces cómo el pensamiento sectario caviar quiere apoderarse del periodismo. El Comercio y su comparsa intentan así proscribir de la profesión a quienes llevan el pensamiento liberal de centro y de derecha. ¿Con qué autoridad moral? ¿Quién ha concedido a estos individuos la virtud de actuar como censores, como catones, o como dueños de la verdad en torno al sagrado oficio periodístico? Prepotencia pura, señores.
Denunciamos la actitud antidemocrática, dogmática e intransigente de estos personajes insoportables que insisten en aparecer como impolutos cuando en verdad son lobos con piel de cordero. Lobos que trabajan con obstinación para imponer el nuevo monopolio de la prensa, buscando convertirla en instrumento monocorde donde solo exista la verdad oficial de los caviares. Semejante a la verdad oficial socialista que rige en Cuba o a la que hubo en la ex Unión Soviética, solo que en este caso la verdad oficial la impone la neoizquierda que hoy domina la mayor parte del diarismo peruano. Por supuesto que EXPRESO será siempre la piedra en el zapato para esta gente intolerante y mendaz.
martes, 16 de junio de 2009
Oídos sordos
Señor Presidente, tenga mucho cuidado, sea prudente, sobre todo no deje de actuar sin el rigor de la ley en busca de la justicia y la verdad. No cometa el error que cometieron los políticos bolivianos de negociar la ley en busca de una paz efímera, para salir del paso a la crisis política que pueda sobrevenir sobre estos últimos conflictos.
Si negocian la ley por la paz tal vez su gobierno y su persona salgan airosos, pero el costo será muy alto en muy pocos años para el Perú, su sistema político e institucional. Los generadores de violencia y conflictos habrán ganado.”
Honda recomendación a nuestro jefe de Estado, Alan García, que proviene del enterado político y Diputado boliviano, Javier Arrázola Mendívil. Lamentablemente no ha sido escuchada. Porque, señores, negociar la ley a cambio de una paz pasajera implica quebrar toda la estructura jurídica sobre la que se basa una sociedad. Equivale a someterla a la extorsión violentista a cambio de una paz que al poco tiempo se tornará en nueva amenaza, aún mayor, sabiendo el enemigo que volverá a torcerle el pescuezo a su interlocutor, en ese caso el Estado. Lo mejor es perseverar, no mostrar debilidad, sentirse y mostrarse convencido de que la ley y los principios por los cuales lucha el gobierno son los correctos, los que convienen a la mayoría del país, los que habrán de llevarnos al desarrollo.
“Tenga cuidado con las organizaciones de Derechos Humanos y oenegés que asesoran a los campesinos e indígenas, de los curas que pregonan la teoría de la liberación, desconfíe de ellos, no los deje solos... sólo usan la pobreza y el indigenismo con otros fines, y no los más nobles... La guerra, que ahora ellos libran, es la jurídica, la política, la comunicacional y la social. Ésta última es la desestabilizadora, la del conflicto y la del caos, la de la sangre humilde y pobre.”
Otra sabia sugerencia del legislador boliviano. Como sostiene EXPRESO, la mayoría de oenegés y demás organismos verdes o derechohumanistas conforman el ejército de avanzada del comunismo, un frente que cuenta con el respaldo jurídico de la progresía internacional incrustada en organismos como la ONU, infiltrados de socialistas de corte estalinista, esa neoizquierda que solo busca recapturar su poder omnímodo y opresor, aquel que reflejan todos los ejemplos históricos.
Y concluye de la siguiente forma la sugerencia --que resumimos de manera escueta-- del ilustrado político boliviano, integrante de UnoAmérica, grupo establecido precisamente para luchar contra la guerra comunicacional del neoizquierdismo: “La débil democracia de nuestros países es la herramienta que utilizan ellos... Esté preparado para la verborrea de Chávez, Morales, Correa y Ortega. No pierda ninguna de esas guerras (política, comunicacional, jurídica, social), sea fuerte como los colombianos, que han sabido pelear en todos los espacios contra las FARC y su financiadote el narcotráfico. El comunismo se encuentra a la vuelta de la esquina... Acuérdese de lo que le escribo, señor Presidente, en Colombia las FARC están perdiendo la guerra, por eso van a colgar las botas y el traje militar, para ponerse plumas y ponchos.”
Si negocian la ley por la paz tal vez su gobierno y su persona salgan airosos, pero el costo será muy alto en muy pocos años para el Perú, su sistema político e institucional. Los generadores de violencia y conflictos habrán ganado.”
Honda recomendación a nuestro jefe de Estado, Alan García, que proviene del enterado político y Diputado boliviano, Javier Arrázola Mendívil. Lamentablemente no ha sido escuchada. Porque, señores, negociar la ley a cambio de una paz pasajera implica quebrar toda la estructura jurídica sobre la que se basa una sociedad. Equivale a someterla a la extorsión violentista a cambio de una paz que al poco tiempo se tornará en nueva amenaza, aún mayor, sabiendo el enemigo que volverá a torcerle el pescuezo a su interlocutor, en ese caso el Estado. Lo mejor es perseverar, no mostrar debilidad, sentirse y mostrarse convencido de que la ley y los principios por los cuales lucha el gobierno son los correctos, los que convienen a la mayoría del país, los que habrán de llevarnos al desarrollo.
“Tenga cuidado con las organizaciones de Derechos Humanos y oenegés que asesoran a los campesinos e indígenas, de los curas que pregonan la teoría de la liberación, desconfíe de ellos, no los deje solos... sólo usan la pobreza y el indigenismo con otros fines, y no los más nobles... La guerra, que ahora ellos libran, es la jurídica, la política, la comunicacional y la social. Ésta última es la desestabilizadora, la del conflicto y la del caos, la de la sangre humilde y pobre.”
Otra sabia sugerencia del legislador boliviano. Como sostiene EXPRESO, la mayoría de oenegés y demás organismos verdes o derechohumanistas conforman el ejército de avanzada del comunismo, un frente que cuenta con el respaldo jurídico de la progresía internacional incrustada en organismos como la ONU, infiltrados de socialistas de corte estalinista, esa neoizquierda que solo busca recapturar su poder omnímodo y opresor, aquel que reflejan todos los ejemplos históricos.
Y concluye de la siguiente forma la sugerencia --que resumimos de manera escueta-- del ilustrado político boliviano, integrante de UnoAmérica, grupo establecido precisamente para luchar contra la guerra comunicacional del neoizquierdismo: “La débil democracia de nuestros países es la herramienta que utilizan ellos... Esté preparado para la verborrea de Chávez, Morales, Correa y Ortega. No pierda ninguna de esas guerras (política, comunicacional, jurídica, social), sea fuerte como los colombianos, que han sabido pelear en todos los espacios contra las FARC y su financiadote el narcotráfico. El comunismo se encuentra a la vuelta de la esquina... Acuérdese de lo que le escribo, señor Presidente, en Colombia las FARC están perdiendo la guerra, por eso van a colgar las botas y el traje militar, para ponerse plumas y ponchos.”
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La falacia izquierdista
Que el Perú está hoy muchísimo mejor que hace medio siglo es algo que no soportan los izquierdistas, auténticos enemigos del país. ¿O acaso alguien puede dudar que esta nación exhibe cambios sociales positivos que se reflejan en mucho mejores condiciones de vida para millones de peruanos y, en particular, en envidiables guarismos macro económicos diametralmente opuestos a aquel Estado miserable –“solidario”, como gustan llamarlo los humanistas, socialistas, etc.– que nos acompañó a lo largo de tantas décadas –hasta 1990– por culpa de la demagogia zurda? Solo el cinismo de la izquierda puede retacear los logros que –con sacrificio– ha alcanzado el Perú en los últimos 18 años. Y nos referimos a la izquierda de todo pelaje, de la ultra a la refinada progresía caviar. Una izquierda atormentada por su fracaso en las urnas electorales que la lleva a insistir en la captura del poder político por la vía de las armas. Porque el poder fáctico de plano ya lo tiene, gracias al copamiento de la Justicia a través de sesgadas leyes supranacionales, normas que a través de viles tratados internacionales –a los que nos fuerza la progresía mundial– han conseguido someter al Estado peruano a las ideas impuestas por la gauche reciclada, esa trajeada de incorrupta, derechohumanista y ecológica, pero como siempre presta a para recuperar su poder dictatorial. Como en Cuba. O como en Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua.
Nos referimos, por ejemplo, a esa frondosa legislación que convierte a la defensa de los derechos humanos en instrumento paralizante de la acción del Estado para enfrentar ataques a la ciudadanía por parte del terrorismo y la sedición. Una legislación cuyo origen no es otro que las fuentes izquierdistas dedicadas a “proteger a los necesitados”, instigándolos al alzarse en armas como única opción para defenestrar a los gobiernos demócratas, usando precisamente las artes democráticas que jamás respeta la izquierda, siempre tiránica y por cierto violadora de todo derecho humano. Si no, volvamos otra vez la mirada a Cuba, vergonzoso bastión de la izquierda del último medio siglo.
Es pues una grosera falacia la que nos vende la izquierda. Comprendamos –como gente de centro y de derecha– que la meta zurda no es otra que capturar el poder por la fuerza. Jamás por la vía de los votos que nunca le han sido favorables. Y una manera coherente de hacerlo es enfrentar a la sociedad con sus grupos extremistas, de manera que las fuerzas del orden del Estado –que personifica a la sociedad– se vean obligadas a repeler a los facinerosos, momento en el cual la izquierda aplica sus leyes supranacionales condenando a la Policía y a los militares por violar los derechos humanos de los grupos insurgentes. Pero como este juego ya lo conocen nuestros uniformados, sucede que ahora no se enfrentan a los criminales sino que optan por “contenerlos”. Sucedió en Bagua, donde 24 policías acabaron secuestrados para luego ser violados y finalmente cruelmente asesinados por la insurgencia. Este es el juego de la izquierda, señores: anular a las fuerzas del orden y acusar de genocidas a los regímenes democráticos, tan solo aplicando la cínica “justicia supranacional” –hecha a la medida de los progre– para patear el tablero, capturar el poder e instalar su dictadura. No lo olvidemos.
Nos referimos, por ejemplo, a esa frondosa legislación que convierte a la defensa de los derechos humanos en instrumento paralizante de la acción del Estado para enfrentar ataques a la ciudadanía por parte del terrorismo y la sedición. Una legislación cuyo origen no es otro que las fuentes izquierdistas dedicadas a “proteger a los necesitados”, instigándolos al alzarse en armas como única opción para defenestrar a los gobiernos demócratas, usando precisamente las artes democráticas que jamás respeta la izquierda, siempre tiránica y por cierto violadora de todo derecho humano. Si no, volvamos otra vez la mirada a Cuba, vergonzoso bastión de la izquierda del último medio siglo.
Es pues una grosera falacia la que nos vende la izquierda. Comprendamos –como gente de centro y de derecha– que la meta zurda no es otra que capturar el poder por la fuerza. Jamás por la vía de los votos que nunca le han sido favorables. Y una manera coherente de hacerlo es enfrentar a la sociedad con sus grupos extremistas, de manera que las fuerzas del orden del Estado –que personifica a la sociedad– se vean obligadas a repeler a los facinerosos, momento en el cual la izquierda aplica sus leyes supranacionales condenando a la Policía y a los militares por violar los derechos humanos de los grupos insurgentes. Pero como este juego ya lo conocen nuestros uniformados, sucede que ahora no se enfrentan a los criminales sino que optan por “contenerlos”. Sucedió en Bagua, donde 24 policías acabaron secuestrados para luego ser violados y finalmente cruelmente asesinados por la insurgencia. Este es el juego de la izquierda, señores: anular a las fuerzas del orden y acusar de genocidas a los regímenes democráticos, tan solo aplicando la cínica “justicia supranacional” –hecha a la medida de los progre– para patear el tablero, capturar el poder e instalar su dictadura. No lo olvidemos.
viernes, 12 de junio de 2009
Los museos de la memoria
El cable anunció que el miércoles un hombre de 89 años de edad ingresó al Museo del Holocausto en Washington DC y abrió fuego, dejando al menos una persona muerta y dos heridas. Se trata de James von Braun, un fanático que por coincidencia lleva el apellido de Werner von Braun, artífice de los famosos cohetes V2 de Hitler que en número de 1,155 cayeron sobre Londres y otros 1,625 sobre Amberes durante la Segunda Guerra Mundial. Más adelante el sabio Von Braun se convirtió en ciudadano norteamericano y principal diseñador de los cohetes Saturno V que durante los años 1969 y 1972 llevarían a los astronautas estadounidenses a la Luna.
Pero volviendo al tema que motiva esta nota, el sectario James von Braun es un severo antisemita, ex integrante de grupos que propugnan la supremacía blanca, y fiel seguidor de la ideología nazi. Este individuo extremo no dudó un segundo en apretar el gatillo para liquidar a quienes se encontraban en el Museo del Holocausto, seguro de que todos eran judíos, raza a la que persiguió Hitler y hoy continúan acosándola seguidores suyos como James von Braun. Lo curioso es que el atentado se produjo a pocos días del discurso del presidente norteamericano, Barack Obama, pronunciado en El Cairo, en el que condenara el revisionismo del Holocausto que propugnan ciertas corrientes que incluyen a varios países del Medio Oriente. Como señala Michael Gerson en una de sus leídas columnas que publica EXPRESO, hoy el principal foco antisemita es Irán, país que busca deslegitimar al Estado de Israel ya que –alega– éste fue creado por Occidente inducido por la culpabilidad del Holocausto. Ergo, si la versión oficial del Holocausto es cuestionada, entonces la naturaleza y la entidad de Israel también deben cuestionarse.
El asunto es que el antisionismo sigue vivo en el planeta seis décadas y pico después de la derrota de Hitler. Y James von Braun es uno de sus portaestandartes. No es el único desde luego. Lo que implica que lugares como el Museo del Holocausto constituyen un blanco perfecto para las iras antisemitas.
El ejemplo viene clarísimo al caso peruano. Acá un grupo de personajes –inducidos por una organización de la progresía internacional dedicada a promover la construcción de ermitas o museos de la memoria en todo el mundo–, insiste en levantar uno de estos santuarios para “recordarnos” cómo fue la hecatombe terrorista. Es evidente que los panegiristas del terrorismo –representantes de oenegés políticas ya infiltrados en la “comisión” que para el efecto nombró el Ejecutivo– insisten en rendir homenaje allí a Sendero y al Mrta. Y en el Perú, señores, el encono antiterrorista está latente y no desaparecerá. Por el contrario, como sucede con el semitismo, permanecerá de por vida. Pasa con el caso chileno, sin ir muy lejos. En consecuencia, esto de los museíllos de la memoria es un trapo rojo que enerva a las sociedades. Porque aparte de atizar pasiones, la verdad es que la gente aborrece que personas que se consideran mejor calificadas que el resto instruyan a toda la sociedad –en un tema tan sensible como nuestro holocausto terrorista– sobre qué debe recordar y qué no debe recordar, así como con qué enfoque habrá de hacerlo. Es decir, un paternalismo insoportable que rechazamos de plano.
Pero volviendo al tema que motiva esta nota, el sectario James von Braun es un severo antisemita, ex integrante de grupos que propugnan la supremacía blanca, y fiel seguidor de la ideología nazi. Este individuo extremo no dudó un segundo en apretar el gatillo para liquidar a quienes se encontraban en el Museo del Holocausto, seguro de que todos eran judíos, raza a la que persiguió Hitler y hoy continúan acosándola seguidores suyos como James von Braun. Lo curioso es que el atentado se produjo a pocos días del discurso del presidente norteamericano, Barack Obama, pronunciado en El Cairo, en el que condenara el revisionismo del Holocausto que propugnan ciertas corrientes que incluyen a varios países del Medio Oriente. Como señala Michael Gerson en una de sus leídas columnas que publica EXPRESO, hoy el principal foco antisemita es Irán, país que busca deslegitimar al Estado de Israel ya que –alega– éste fue creado por Occidente inducido por la culpabilidad del Holocausto. Ergo, si la versión oficial del Holocausto es cuestionada, entonces la naturaleza y la entidad de Israel también deben cuestionarse.
El asunto es que el antisionismo sigue vivo en el planeta seis décadas y pico después de la derrota de Hitler. Y James von Braun es uno de sus portaestandartes. No es el único desde luego. Lo que implica que lugares como el Museo del Holocausto constituyen un blanco perfecto para las iras antisemitas.
El ejemplo viene clarísimo al caso peruano. Acá un grupo de personajes –inducidos por una organización de la progresía internacional dedicada a promover la construcción de ermitas o museos de la memoria en todo el mundo–, insiste en levantar uno de estos santuarios para “recordarnos” cómo fue la hecatombe terrorista. Es evidente que los panegiristas del terrorismo –representantes de oenegés políticas ya infiltrados en la “comisión” que para el efecto nombró el Ejecutivo– insisten en rendir homenaje allí a Sendero y al Mrta. Y en el Perú, señores, el encono antiterrorista está latente y no desaparecerá. Por el contrario, como sucede con el semitismo, permanecerá de por vida. Pasa con el caso chileno, sin ir muy lejos. En consecuencia, esto de los museíllos de la memoria es un trapo rojo que enerva a las sociedades. Porque aparte de atizar pasiones, la verdad es que la gente aborrece que personas que se consideran mejor calificadas que el resto instruyan a toda la sociedad –en un tema tan sensible como nuestro holocausto terrorista– sobre qué debe recordar y qué no debe recordar, así como con qué enfoque habrá de hacerlo. Es decir, un paternalismo insoportable que rechazamos de plano.
jueves, 11 de junio de 2009
Enemigos del Perú
La intentona extremista de derribar el estado de derecho ha dejado secuelas serias que van a costarle muy caro al país. Como siempre es la ultra –esa organización siniestra que dice defender a los desfavorecidos– la que pasa factura por daños y perjuicios a los 28 millones de peruanos –pobres y ricos–, obligando al Estado a pagar el precio de los actos subversivos que promueve la zurda bajo la hipocresía de atender la demanda de los menesterosos. Esta vez el motivo fue dizque “respaldar a los nativos selváticos a quienes el Estado de los ricos intenta robarles sus tierras.” La figura del Perú ha sufrido un feroz impacto negativo ante el mundo. La transmisión de imágenes de hordadas indígenas portando lanzas –en salvaje algarada– persiguiendo a inertes piquetes de policías –que se negaban a usar sus armas para evitar ser acusados más adelante de violar los derechos humanos de aquellos “nativos” que los perseguían para luego capturarlos, torturarlos y asesinarlos con ensañamiento– es motivo más que suficiente para espantar a cualquier inversionista o turista, local o extranjero.
De otro lado la monserga progre que el gobierno de Alan García fue el autor de las muertes –bajo la tesis caviar que lanzó a la policía “con órdenes de diezmar a miles de inocentes pobladores de pacíficos asentamientos selváticos”– dio lugar a una monstruosa campaña mediática internacional de desprestigio contra el gobierno del Perú. Consecuentemente, aquella campaña ha dinamitado la imagen de la democracia peruana y la de nuestro estado de derecho, activos que tanto esfuerzo y dinero costaron rehabilitar tras el brutal descrédito al que hace una década sometiera al Perú el mismo clan caviar que hoy santifica a la dirigencia subversiva del indigenismo, mientras acusa nada menos de genocida al Estado peruano por reponer el orden quebrado gracias a la irracionalidad de un puñado de criminales trajeados de líderes nativos selváticos.
Indigna por ello ver a catones de la prensa progre –como los Álvarez Rodrich, del Río, Palacios, etc.– cebándose contra el régimen democrático a sabiendas que con ello desprestigiarán aún más el Perú, obligándolo a pagar un costo inalcanzable que no hará sino alejar el progreso y, además, beneficiar a ciertos países vecinos que buscan hundirnos. Lo peor es que estos seudoperiodistas lo hacen por puro interés personal, por exclusivo afán de protagonismo, por estricta vehemencia de figurar como dueños de la verdad y mensajeros de lo políticamente correcto. Ellos son, entonces, los verdaderos artífices del atraso y los auténticos promotores del retorno de regímenes extremistas.
Preocupa pues que el gobierno permanezca cruzado de brazos, espantado de que la progresía caviar lo siga acosando mediáticamente. Es más, siguiendo la errada tesis del ex premier Jorge del Castillo, el régimen García persiste en incorporar a más caviares en su entorno. No aprende que criar cuervos significa cosechar tempestades.
De otro lado la monserga progre que el gobierno de Alan García fue el autor de las muertes –bajo la tesis caviar que lanzó a la policía “con órdenes de diezmar a miles de inocentes pobladores de pacíficos asentamientos selváticos”– dio lugar a una monstruosa campaña mediática internacional de desprestigio contra el gobierno del Perú. Consecuentemente, aquella campaña ha dinamitado la imagen de la democracia peruana y la de nuestro estado de derecho, activos que tanto esfuerzo y dinero costaron rehabilitar tras el brutal descrédito al que hace una década sometiera al Perú el mismo clan caviar que hoy santifica a la dirigencia subversiva del indigenismo, mientras acusa nada menos de genocida al Estado peruano por reponer el orden quebrado gracias a la irracionalidad de un puñado de criminales trajeados de líderes nativos selváticos.
Indigna por ello ver a catones de la prensa progre –como los Álvarez Rodrich, del Río, Palacios, etc.– cebándose contra el régimen democrático a sabiendas que con ello desprestigiarán aún más el Perú, obligándolo a pagar un costo inalcanzable que no hará sino alejar el progreso y, además, beneficiar a ciertos países vecinos que buscan hundirnos. Lo peor es que estos seudoperiodistas lo hacen por puro interés personal, por exclusivo afán de protagonismo, por estricta vehemencia de figurar como dueños de la verdad y mensajeros de lo políticamente correcto. Ellos son, entonces, los verdaderos artífices del atraso y los auténticos promotores del retorno de regímenes extremistas.
Preocupa pues que el gobierno permanezca cruzado de brazos, espantado de que la progresía caviar lo siga acosando mediáticamente. Es más, siguiendo la errada tesis del ex premier Jorge del Castillo, el régimen García persiste en incorporar a más caviares en su entorno. No aprende que criar cuervos significa cosechar tempestades.
miércoles, 10 de junio de 2009
¿Hasta cuándo tanta permisividad?
No podía ser de otra manera. El tal Pizango acabó asilándose en la embajada de Nicaragua. Se confirma así el círculo perverso de esa trama montada por el impresentable Hugo Chávez para derribar al gobierno democrático de Alan García. Recordemos que Daniel Ortega –el “guerrillero” nicaraguense que hoy preside su país– ordenó liquidar a los nativos Misquitos durante su gobierno de terror, porque éstos no se alineaban con su dictadura. Y Ortega es uno de los alfiles predilectos del jerarca venezolano. Es más, el actual embajador en el Perú de la Nicaragua de Ortega, el “guerrillero” Tomás Borge, es un octogenario matón, casado con una joven peruana. Borge fungió de ministro del Interior durante el régimen Sandinista, aboliendo todas las libertades, persiguió con las armas a sus opositores –a quienes encarceló, torturó y probablemente asesinó- y pisoteando la democracia en ese país durante los feroces años de tiranía. Pues sucede que este personaje es a quien su jefe Ortega ha enviado al Perú. Y lo hizo seguro en agradecimiento por sus “diligentes” servicios como ministro del Interior durante la dictadura. Aunque más bien la razón de su nombramiento obedezca a la necesidad que este “guerrillero” cumpla acá labores de espionaje –pero sobre todo de soliviantamiento–, acatando la orden dictada por el patrón de su jefe, el impresentable Hugo Chávez.
En consecuencia, el hecho que el tal Pizango haya ingresado como Pedro por su casa a la sanisidrina residencia del embajador de Nicaragua en el Perú –tras haber huido como una rata, dejando abandonados a quienes dijo representar y defender: los nativos– revela pues la familiaridad que existe entre este petardista, dizque selvático, y la organización bolivariana, en este caso representada por el desestabilizador gobierno de Ortega, muy bien articulado en este país gracias a la mano aún ensangrentada de su embajador Borge.
Realmente preocupan varias cosas. En primer lugar, la irresponsabilidad de este gobierno de haberle otorgado el Agreement a un conocido agitador político vestido de embajador, de nombre Tomás Borge. En segundo término, que nuestros servicios de inteligencia sean tan paupérrimos que sigan permitiendo estas barbaridades. Ya basta de recordar que Paniagua y Toledo dinamitaron nuestro sistema de inteligencia. Hace casi tres años que este régimen tiene las riendas del país y debió tomar las precauciones necesarias antes ese desastre. Y en tercer lugar, que en Torre Tagle sea tan, pero tan cándidos, que sigan aguantando injerencia tras injerencia externa, cada cual más grosera, de agitadores como el impresentable Hugo Chávez y su comparsa de morales, ortegas, correas, etc.
Los países no deben actuar con bonhomía ni tratar con guantes de seda a los enemigos de su estabilidad o a los verdugos de su pacificación. Ni tampoco besarle la mano a los abanderados de demagogia que procuran instaurar un régimen extremista y mesiánico en nuestra nación, como lo exige el impresentable Chávez. ¿Hasta cuándo, entonces, tanta permisividad con este clan de miserables, señor ministro de Relaciones Exteriores?
En consecuencia, el hecho que el tal Pizango haya ingresado como Pedro por su casa a la sanisidrina residencia del embajador de Nicaragua en el Perú –tras haber huido como una rata, dejando abandonados a quienes dijo representar y defender: los nativos– revela pues la familiaridad que existe entre este petardista, dizque selvático, y la organización bolivariana, en este caso representada por el desestabilizador gobierno de Ortega, muy bien articulado en este país gracias a la mano aún ensangrentada de su embajador Borge.
Realmente preocupan varias cosas. En primer lugar, la irresponsabilidad de este gobierno de haberle otorgado el Agreement a un conocido agitador político vestido de embajador, de nombre Tomás Borge. En segundo término, que nuestros servicios de inteligencia sean tan paupérrimos que sigan permitiendo estas barbaridades. Ya basta de recordar que Paniagua y Toledo dinamitaron nuestro sistema de inteligencia. Hace casi tres años que este régimen tiene las riendas del país y debió tomar las precauciones necesarias antes ese desastre. Y en tercer lugar, que en Torre Tagle sea tan, pero tan cándidos, que sigan aguantando injerencia tras injerencia externa, cada cual más grosera, de agitadores como el impresentable Hugo Chávez y su comparsa de morales, ortegas, correas, etc.
Los países no deben actuar con bonhomía ni tratar con guantes de seda a los enemigos de su estabilidad o a los verdugos de su pacificación. Ni tampoco besarle la mano a los abanderados de demagogia que procuran instaurar un régimen extremista y mesiánico en nuestra nación, como lo exige el impresentable Chávez. ¿Hasta cuándo, entonces, tanta permisividad con este clan de miserables, señor ministro de Relaciones Exteriores?
martes, 9 de junio de 2009
Falta de casta
Hay mucho pan por rebanar en torno a la sangrienta rebelión indígena promovida por seudodirigentes nativos con evidente interés político-desestabilizador, cuyo objetivo son las elecciones del 2011. Una meta que coincide plenamente con la del partido de Ollanta Humala y con el propósito expansionista del impresentable Hugo Chávez. En primer lugar, habría que eliminar del escenario a esas aves carroñeras que se solazan al vengarse de ocasionales enemigos, a costa inclusive de volar en pedazos el estado de derecho y la democracia. Nos referimos al irresponsable Alejandro Toledo, improvisado mandatario quien con tal de defender los entuertos de su esposa y los de su gobierno –que vienen siendo investigados por la justicia– es capaz de todo con tal de liquidar al mandatario Alan García. Como si eliminando al cartero solucionaría las anormalidades que dejó atrás siendo ex presidente. En su enfermizo delirio, Toledo llega al extremo de acusar de genocida al actual jefe de Estado, apoyando así a la violencia extrema.
Aspecto medular de la rebelión indígena lo constituyen los decretos legislativos que ordenan el manejo de las tierras de la Amazonía, propiedad de 27 millones de peruanos y no de 400 mil nativos de la zona. Estas normas fueron dictadas por el Congreso con el voto unánime de los parlamentarios que asistieron a dicha votación, y están referidas al destino de aquellas gigantescas extensiones ubicadas en el oriente del país. Las normas exceptúan a varios millones de hectáreas destinadas para uso exclusivo de los indígenas selváticos, así como otra importante millonada de hectáreas reservadas para proteger la biodiversidad. De manera que el Estado –o sea los 27 millones de peruanos– ha donado a cada selvático varias hectáreas que podrán usarlas según su particular necesidad.
Sin embargo la demagogia izquierdista –enquistada en la dirigencia de masas indígenas– ha conseguido envenenar a sus súbditos haciéndoles creer que el Estado les ha robado lo que les pertenece. Es más, esos dirigentes se encargaron de machacarle a la masa que lo que dice el gobierno es mentira. Y claro, por algo tiene éxito la demagogia. Porque la mentira irresponsable es fácil de creer, opuesto a la verdad dura que implica orden, deberes y derechos. Y es aquí donde aflora la temeridad de la clase política criolla. El congresista Víctor Andrés García Belaunde, por ejemplo, tuvo a su cargo elaborar el dictamen en mayoría de la comisión que reconoció la absoluta validez constitucional de los decretos legislativos de las tierras amazónicas. No obstante, cuando le tocó fundamentar el dictamen frente a la Comisión Permanente se echó atrás indignamente, ante la presencia masiva de la dirigencia indigenista en el Hemiciclo, con lo cual los decretos de marras pasaron a ser inconstitucionales. Otro caso grave es la actitud de la bancada fujimorista que vino votando al alimón con el humalismo en contra de los decretos legislativos, hasta conseguir que la comisión que investiga el caso Petro-Tech exculpe a un dirigente fujimorista involucrado en ese asunto. Bastó aquello para que en adelante votasen a favor de la constitucionalidad de los decretos.
Con esta clase política, el Perú está condenado al fracaso.
Aspecto medular de la rebelión indígena lo constituyen los decretos legislativos que ordenan el manejo de las tierras de la Amazonía, propiedad de 27 millones de peruanos y no de 400 mil nativos de la zona. Estas normas fueron dictadas por el Congreso con el voto unánime de los parlamentarios que asistieron a dicha votación, y están referidas al destino de aquellas gigantescas extensiones ubicadas en el oriente del país. Las normas exceptúan a varios millones de hectáreas destinadas para uso exclusivo de los indígenas selváticos, así como otra importante millonada de hectáreas reservadas para proteger la biodiversidad. De manera que el Estado –o sea los 27 millones de peruanos– ha donado a cada selvático varias hectáreas que podrán usarlas según su particular necesidad.
Sin embargo la demagogia izquierdista –enquistada en la dirigencia de masas indígenas– ha conseguido envenenar a sus súbditos haciéndoles creer que el Estado les ha robado lo que les pertenece. Es más, esos dirigentes se encargaron de machacarle a la masa que lo que dice el gobierno es mentira. Y claro, por algo tiene éxito la demagogia. Porque la mentira irresponsable es fácil de creer, opuesto a la verdad dura que implica orden, deberes y derechos. Y es aquí donde aflora la temeridad de la clase política criolla. El congresista Víctor Andrés García Belaunde, por ejemplo, tuvo a su cargo elaborar el dictamen en mayoría de la comisión que reconoció la absoluta validez constitucional de los decretos legislativos de las tierras amazónicas. No obstante, cuando le tocó fundamentar el dictamen frente a la Comisión Permanente se echó atrás indignamente, ante la presencia masiva de la dirigencia indigenista en el Hemiciclo, con lo cual los decretos de marras pasaron a ser inconstitucionales. Otro caso grave es la actitud de la bancada fujimorista que vino votando al alimón con el humalismo en contra de los decretos legislativos, hasta conseguir que la comisión que investiga el caso Petro-Tech exculpe a un dirigente fujimorista involucrado en ese asunto. Bastó aquello para que en adelante votasen a favor de la constitucionalidad de los decretos.
Con esta clase política, el Perú está condenado al fracaso.
lunes, 8 de junio de 2009
¿Qué pasa?
Hace dos meses EXPRESO empezó a publicar notas advirtiéndole al gobierno del peligro que encerraban las amenazas de una agrupación politizada que sostiene defender el interés de los nativos selváticos. Lamentablemente la reacción del régimen fue nula al principio. Luego intervino el premier Yehude Simon, quien erró al negociar con un truhán decidido a volar en pedazos el estado de derecho. Por último, cuando reaccionó Simon ya el subversivo que tenía al frente había consolidado demasiado terreno. Y es que estaba cantada la fachada política indígena de Aidesep y las intenciones protervas de su cabeza visible, el tal Pizango. Era evidente que el objetivo de éstos consistía en instaurar en el Perú un proceso soliviantador de masas indígenas similar al que orquestó el entonces petardista cocalero boliviano –y hoy presidente de su país–, Evo Morales. Es más, en comentario anterior esta columna señaló que detrás de aquella mascarada estaba la mano –pero sobre todo el dinero– del impresentable Hugo Chávez, quien le ha declarado la guerra al presidente Alan García en su afán por conquistar la región andina, para lo cual necesita levantarle los bonos a los humalistas como alternativa de gobierno para el 2011. Y la ocasión para lograrlo se le presentaba pintada al impresentable con la revuelta desatada en la zona de Bagua por un segmento de indígenas dirigidos por gente muy bien preparada en la Bolivia de Morales.
Recordemos que el caballito de batalla de la dirigencia indigenista es la derogatoria de normas aprobadas –por unanimidad– en el Congreso relativas a la consolidación del TLC con los Estados Unidos. Es decir, los subversivos plantean nada menos que el Perú quiebre el acuerdo comercial que tantísimo esfuerzo le costó estructurar –cuatro años de tensas negociaciones– con el gigante del norte. Claro, ello explícitamente responde a la voluntad del impresentable Chávez, quien desde un comienzo lanzó un ucase para que los países de la región andina –reiteramos, exceptuando a Chile, nación a la que el impresentable no se atreve a tocar– no firmen acuerdos comerciales con EE UU.
Tomemos en cuenta, asimismo, que a los chilenos no les conviene que Perú suscriba finalmente el TLC con USA, pues de lograrlo continuaremos superándoles no solo en inversiones sino en crecimiento, aún más que lo hemos hecho durante los últimos dos años. Y para evitarlo Santiago es capaz de cualquier cosa. Como, por ejemplo, cautivar al vecino boliviano. Como lo hizo por el tema de La Haya. Curiosamente esa marioneta chavista llamada Evo Morales adoptó una descarada postura pro Chile. Y ello permite lucubrar que el boliviano ha estado moviendo sus hilos con la subversión peruana –en este caso con (Aidesep)–, con miras a darle éxito al soliviantamiento orquestado por los nativos peruanos que tanta secuela de muerte y sangre ya viene dejando.
El hecho que el gobierno no haya previsto estas consecuencias –a pesar de haber estar advertido hace dos meses– revela que nuestros sistemas de inteligencia siguen en nada.
Recordemos que el caballito de batalla de la dirigencia indigenista es la derogatoria de normas aprobadas –por unanimidad– en el Congreso relativas a la consolidación del TLC con los Estados Unidos. Es decir, los subversivos plantean nada menos que el Perú quiebre el acuerdo comercial que tantísimo esfuerzo le costó estructurar –cuatro años de tensas negociaciones– con el gigante del norte. Claro, ello explícitamente responde a la voluntad del impresentable Chávez, quien desde un comienzo lanzó un ucase para que los países de la región andina –reiteramos, exceptuando a Chile, nación a la que el impresentable no se atreve a tocar– no firmen acuerdos comerciales con EE UU.
Tomemos en cuenta, asimismo, que a los chilenos no les conviene que Perú suscriba finalmente el TLC con USA, pues de lograrlo continuaremos superándoles no solo en inversiones sino en crecimiento, aún más que lo hemos hecho durante los últimos dos años. Y para evitarlo Santiago es capaz de cualquier cosa. Como, por ejemplo, cautivar al vecino boliviano. Como lo hizo por el tema de La Haya. Curiosamente esa marioneta chavista llamada Evo Morales adoptó una descarada postura pro Chile. Y ello permite lucubrar que el boliviano ha estado moviendo sus hilos con la subversión peruana –en este caso con (Aidesep)–, con miras a darle éxito al soliviantamiento orquestado por los nativos peruanos que tanta secuela de muerte y sangre ya viene dejando.
El hecho que el gobierno no haya previsto estas consecuencias –a pesar de haber estar advertido hace dos meses– revela que nuestros sistemas de inteligencia siguen en nada.
¿Por qué los paños fríos?
El impresentable Hugo Chávez le ha declarado la Guerra al presidente Alan García. Cree que es momento de salir de él. Ha empezado a mover sus fichas económicas, políticas y geoestratégicas. Aprovechando la leve mejoría del precio del petróleo, estaría inyectando billetes a la dirigencia nacionalista para que prepare el ambiente político camino a un escenario de declarar al país en emergencia tras la infausta actuación del premier Yehude Simon en torno a los paros regionales. De la misma manera, agentes del impresentable estarían aprovechando esa situación para generar la insurgencia indigenista que empezara precisamente con los paros regionales y que recientemente se tornara más violenta con la toma del oleducto, para proyectarse por último a fomentar el caos general a través de la convocatoria de la huelga nacional.
Es evidente que el tal Pizango, autoproclamado “líder” de los revoltosos indigenistas locales, carece de toda capacidad para promover una huelga nacional. En consecuencia, aquello revela que detrás suyo se ubica la maquinaria extremista movida por el nacionalismo, la CGTP, y toda la escoria de izquierdista ansiosa por capturar el poder. El caballito de batalla esta vez son ciertos decretos de urgencia que, de dar marcha atrás el gobierno derogándolos ante la amenaza violentista, se traería abajo el TLC con EE UU y, tras ello, vendría el colapso comercial y financiero, primero de las empresas peruanas y luego del Estado. Un escenario ansiado por la zurda para soliviantar al pueblo. Ergo, ante la terrible ineptitud mostrada por el premier Yehude Simon respecto al manejo de los paros regionales, resulta inevitable su remoción para evitar tal escenario.
Sin embargo, en simultáneo a la exacerbación política y al llamamiento a la violencia al interior del Perú, el impresentable Chávez viene moviendo el tema geoestratégico. Lo hace a través de su polichinela Evo Morales. Resulta que este dirigente cocalero –y, al igual que el tal Pizango en el Perú, autoproclamado líder de los indigenistas bolivianos y campeón de la violencia mediante el uso de la dinamita para inflamar a las masas engañadas-- ha decidido sacar pecho por Chile alrededor del diferendo marítimo presentado por nuestro país ante la Corte de La Haya. El tal Evo no solo se solaza con la impertinente visita de la mandataria chilena, Michele Bachelet, al presidente de aquella Corte Internacional –increíblemente promovida por el gobierno de Holanda, por tradición amigo del Perú, país al cual vendió una importante flota marítima durante el régimen militar velasquista--, sino que se permite proferir frases indignas de un jefe de Estado, al insultar no solo al presidente del Perú sino a todos los peruanos, denigrando al país que tuvo el coraje –pero sobre todo la dignidad y solidaridad-- de ir a una guerra para ayudar a Bolivia, cumpliendo un pacto secreto suscrito ante la desesperada situación boliviana frente a la amenaza chilena a finales del siglo antepasado.
Y no obstante estas –así como tantas otras-- sucias jugarretas, Torre Tagle insiste en ponerle paños tibios a las insolencias del impresentable Chávez.
NOTA: Esta columna continuará apareciendo en forma intermitente hasta el retorno de su autor.
Es evidente que el tal Pizango, autoproclamado “líder” de los revoltosos indigenistas locales, carece de toda capacidad para promover una huelga nacional. En consecuencia, aquello revela que detrás suyo se ubica la maquinaria extremista movida por el nacionalismo, la CGTP, y toda la escoria de izquierdista ansiosa por capturar el poder. El caballito de batalla esta vez son ciertos decretos de urgencia que, de dar marcha atrás el gobierno derogándolos ante la amenaza violentista, se traería abajo el TLC con EE UU y, tras ello, vendría el colapso comercial y financiero, primero de las empresas peruanas y luego del Estado. Un escenario ansiado por la zurda para soliviantar al pueblo. Ergo, ante la terrible ineptitud mostrada por el premier Yehude Simon respecto al manejo de los paros regionales, resulta inevitable su remoción para evitar tal escenario.
Sin embargo, en simultáneo a la exacerbación política y al llamamiento a la violencia al interior del Perú, el impresentable Chávez viene moviendo el tema geoestratégico. Lo hace a través de su polichinela Evo Morales. Resulta que este dirigente cocalero –y, al igual que el tal Pizango en el Perú, autoproclamado líder de los indigenistas bolivianos y campeón de la violencia mediante el uso de la dinamita para inflamar a las masas engañadas-- ha decidido sacar pecho por Chile alrededor del diferendo marítimo presentado por nuestro país ante la Corte de La Haya. El tal Evo no solo se solaza con la impertinente visita de la mandataria chilena, Michele Bachelet, al presidente de aquella Corte Internacional –increíblemente promovida por el gobierno de Holanda, por tradición amigo del Perú, país al cual vendió una importante flota marítima durante el régimen militar velasquista--, sino que se permite proferir frases indignas de un jefe de Estado, al insultar no solo al presidente del Perú sino a todos los peruanos, denigrando al país que tuvo el coraje –pero sobre todo la dignidad y solidaridad-- de ir a una guerra para ayudar a Bolivia, cumpliendo un pacto secreto suscrito ante la desesperada situación boliviana frente a la amenaza chilena a finales del siglo antepasado.
Y no obstante estas –así como tantas otras-- sucias jugarretas, Torre Tagle insiste en ponerle paños tibios a las insolencias del impresentable Chávez.
NOTA: Esta columna continuará apareciendo en forma intermitente hasta el retorno de su autor.
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