A ver si algún progre se atreve a saltarnos a la yugular porque aquí afirmamos, sin ambages, que las oenegés políticas defienden el narcotráfico. Quizá el cinismo de esa izquierda elegante la incite a ensayar algún puyazo contra este escriba, como suele suceder.
Como siempre sería un honor viniendo de esa ralea. Pero a pesar de su rabieta, los zurdos de salón jamás podrán negar esta verdad palmaria: las oenegés que manejan los caviares defienden al narcotráfico. Y ello, amables lectores, es un crimen de lesa humanidad. Así de sencillo. Y así de grave.
Lo más interesante es que la complicidad de las oenegés progre con el narcotráfico es producto de su hipocresía. Porque con el propósito de proteger a su principal cliente –el terrorismo– para asegurarle millonarias indemnizaciones de tribunales locales y de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, los políticamente correctos idearon la teoría que lo que hoy existe en el Perú es apenas narcoterrorismo. El objetivo es bajarle el tono a Sendero Luminoso, relajando su verdadera denominación –secta terrorista y genocida– por la benevolente calificación de narcoterrorista, algo que lo haría en todo caso lindar más con la delincuencia que con el terrorismo. Puro interés crematístico, pues así la lucha del Estado peruano ya no sería contra una banda sediciosa sino contra vulgares guachimanes de traficantes de droga. Y claro, en ese caso el Estado no podría usar todo su poderío, es decir no podría repeler debidamente a Sendero para eliminar el terrorismo en el país, lo que sin duda le daría ventaja al terror y facilitaría de paso las acciones de las oenegés en su delirio por seguir denunciando al Estado por violar los derechos humanos de sus patrocinados.
Sin embargo esa ecuación no funciona. No es posible equiparar a Sendero con un simple guardián de productores de cocaína. O es terrorista o es un eslabón estrecho, directo del narcotráfico. En otras palabras, el hecho que Sendero preste un servicio rentado de resguardo armado a los narcoclanes no lo inhibe de ser un integrante de esos clanes, ergo lo convierte en miembro nato del narcoterrorismo mundial.
En consecuencia deviene en jurídicamente muy delicada la situación de las oenegés que defienden al terrorismo en el VRAE. Porque muy sueltos de huesos sus representantes han presentado una parafernalia de denuncias judiciales contra soldados peruanos, a quienes acusan de violar derechos humanos de comprobados narcotraficantes, en rigor terroristas asimilados a los narcoclanes que operan en nuestro territorio. Pero, ¿es esto posible, señores de la Judicatura peruana? ¿Acaso estas oenegés no están actuando por y para el narcotráfico? Si bien el terrorismo es un crimen perseguido en el mundo entero, es evidente que la izquierda jurídica mundial ha conseguido relajar su judicialización. Por lo menos en los países tercermundistas les otorga el calificativo de rebeldes, revolucionarios, o luchadores sociales. Sin embargo, ¿es posible que el país permita que un clan de oenegés le guarde las espaldas al narcotráfico? ¿Dónde estamos, señor presidente del Poder Judicial, y señoras ministra de Justicia y Fiscal de la Nación?
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