Hagamos un poco de historia de las pandemias (enfermedad epidémica que se extiende a muchos países o que ataca a casi todos los individuos de una localidad o región). Quizá la peor plaga que registra la historia contemporánea fue la “gripe española” de 1918. Mal llamada “española” porque, como ha vuelto a ocurrir ahora, el agente infeccioso fue llevado a Europa desde Norteamérica. En aquella ocasión por las tropas norteamericanas que desembarcaron en Francia para combatir en la Gran Guerra, y se esparció por España empezando por el País Vasco. Sucedió que para no desmoralizar a la población en plena Guerra Mundial, los medios –en ese momento los periódicos– se negaron a informar que el brote de pandemia –en rigor una gripe aviar similar a la que hace pocos años se desató en el Asia– se inició precisamente entre las tropas de EE UU. La gripe española mató en ese entonces a más de 50 millones de personas. La misma cifra de muertes causada por esa otra pandemia del siglo pasado, el sida.
Ahora transportémonos al momento actual. ¿Ha sobrerreaccionado el mundo –fundamentalmente el primer mundo– ante los casos de influenza AN1H1 que habrían empezado también en América del Norte, concretamente en México? ¿Es posible que a pesar del fenomenal avance de la medicina en el mundo tras las multimillonarias inversiones detrás de la riquísima industria farmacéutica, las plagas –sí, amable lector, las plagas, como en las épocas de las cavernas– sigan siendo una amenaza tan grave para el planeta, ya en pleno postmodernismo del tercer milenio? ¿Se trata en rigor de una medida acertada -y proporcionada– en resguardo de la humanidad, o existen acaso segundas intenciones detrás de este anuncio que, para algunos curiosos, tiene ribetes un tanto apocalípticos? ¿Es dable entonces que esta Espada de Damocles, que este azote universal se presente de la noche a la mañana de una manera sofisticada, soterrada y abrupta que a una sociedad avanzada como la actual no le quede sino tomar medidas alarmistas e imprecisas como las que vienen adoptando las Naciones Unidas (OMS) y los países más avanzados del orbe? Pues parece que todo esto y mucho más es posible –no se sabe si probable– en este planeta querido que concebíamos como verdaderamente avanzado en materia científica.
Lo curioso es que esta alarma roja –que empezó bajo el título surrealista de “gripe porcina”, hundiendo de paso a la ya golpeada industria del mismo nombre– se presenta en paralelo al colapso de las economías del primer mundo y en plena caída en vacío de las empresas más poderosas de la Tierra. Es decir, no solo el mundo se ha empobrecido en cifras siderales –se habla de 10 trillones de dólares– sino que encima Dios lo estaría castigando con un cataclismo viral de megaproporciones que acabaría diezmando a su población. Hasta el momento el número de personas contagiadas con el virus AN1H1 no llega a mil en toda la Tierra y los muertos no pasan de 150. Creemos pues que es momento que las autoridades evalúen con toda asepsia la magnitud de la alarma roja que han colocado en torno a la llamada fiebre porcina. Hay que evitar que el pánico que vienen generado los anuncios acaben por liquidar a la tan maltrecha economía mundial.
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