En realidad, más preocupa Estados Unidos por su dudosa perspectiva sociopolítica que por su depresión financiera. Tras muchas décadas de haberle exteriorizado al mundo confianza, liderazgo, estabilidad, fortaleza, etc., resulta que la primera potencia del planeta empieza a comportarse como país tercermundista, echando por la borda esa tradición de supremacía ganada en base a haberse comportado a lo largo del tiempo en forma consecuente –subrayamos la palabra consecuente– con su predicamento.
Inclusive sorprende que en torno a una sociedad avanzadísima como aquella empiecen a brotar síntomas típicos de banana countries. Basta decir que el Tío Sam fue incapaz –como cualquiera de esas naciones “latinas o africanas”, a las que tanto desprecia– de detectar la burbuja inmobiliaria y la mega especulación financiera que se generó a vista y paciencia de sus mejores académicos; o confirmar que en la Meca de las finanzas del orbe se gestó un Clae de 60 mil millones de dólares; o recordar que hace poco cayó a un abismo un bus cargado de turistas cerca de la ciudad de Reno; o que hace un par de días se vino abajo la estructura del techo del famoso estadio The Dallas Cowboys.
Anécdotas aparte, lo que de veras inquieta –y que asemeja aún más a EE UU a cualquier país del Tercer Mundo– es que por afán politiquero, Barack Obama venga gestando sotto vocce conformar una comisión de la verdad para llevar a los tribunales al régimen Republicano, al que acusa de haber violado derechos humanos en la guerra contra el terrorismo de Al Qaeda. Hasta el momento no se sabe si Obama haría que intervenga en esa eventualidad la Corte Interamericana de Derechos Humanos CIDH. Por algo se llama “Interamericana”, ¿no? Aun cuando USA jamás admite que tribunal internacional alguno se pronuncie sobre las sentencias de su Corte Suprema. Pero al paso que van las cosas lo que restaría para que EE UU adopte la cota tercermundista sería contemplar a figuras republicanas –como George W. Bush, Richard Cheney, Condolezza Rice, etc.– sentarse en el banquillo de los reos delante de los togados de la Corte IDH.
Dicho sea de paso, la relación que mantiene el establishment norteamericano con la progresía que maneja la Corte Interamericana –madre de todas las oenegés políticas– la grafica muy bien la fábula del escorpión y la rana. Recordemos que el primero pide a la ranita llevarlo encima para cruzar el río y que no temiera, porque sería incapaz de picarla ya que entonces se hundirían ambos; pero estando ya a mitad del río el escorpión picó a la ranita la que, antes de hundirse envenenada, preguntó ¿por qué los has hecho? ¡Porque soy un escorpión! Y eso es lo que podría sucederle al Tío Sam de tanto jugar al financista de las oenegés, con tal que la izquierda lo deje actuar sin enfrentarse como en épocas anteriores. Porque al final del día las oenegés progre –como buenos escorpiones– acabarán envenenando a quien le dio de comer, tomar, vestirse, viajar, divertirse como millonarias. Aunque reconocemos que sería el final de sus días como nación líder si EE UU acaba cogido de cierta parte por la progresía caviar.
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