El mundo del sentido, la verdad, la lógica, la estabilidad y el imperio de la ley viene encaminándose a un callejón sin salida. Desorientado por la creación de sus propias trampas; impulsado por la idea de ir más allá de los estatutos fundamentales de la sociedad organizada; y engañado por el verbo florido de una izquierda que lo envuelve todo –inclusive el peor crimen– en papel de seda, el planeta ha ingresado a tal etapa de idiotez que ahora lo bueno es malo y la vileza resulta siendo paradigma del bien.
Atrás quedaron las leyes, las constituciones, los estatutos, los códigos judiciales, etc. Y por supuesto más atrás aún quedó el principio de autoridad. Hablar de ello resulta ahora cursi, cuando no anticuado o, más grave aún, contrario a los derechos humanos. Hoy el mundo navega por el lado de la heterodoxia izquierdista; siempre fuera de toda lógica; siempre ajeno a toda razón, siempre en las antípodas del sentido común. El mundo contemporáneo –que, por arte de birlibirloque domina jurídicamente la zurda– gira en torno a un dogmatismo que impone las cosas al compás de códigos siniestros; de una falaz ética izquierdista –concebida como químicamente pura porque, argumentan los zurdos, “la derecha desprecia al pobre”–, y de una serie de normas permisivas que amparan a quienes practican el izquierdismo fariseo. Nos referimos a esa opereta bufa en la que quien pregona sacrificio y vida espartana vegeta como acaudalado magnate con el dinero que mendiga al mundo rico dizque para defender a los menesterosos. Es pues el mundo de la mentira, allí donde toda persona que discrepe del ideario zurdo no solo está errada sino que automáticamente pasa a la categoría de delincuente social.
A usted le consta, amable lector, ¿acaso es posible que este país luche contra el terrorismo sin que quienes defiendan al Estado –que representa a la sociedad– acaben acusados de violar los derechos humanos de los genocidas? Y uno se pregunta, ¿por qué se da esta infamia? Pues sencillamente porque la progresía jurídica –que ha copado los gobiernos del planeta sin ganar elección alguna– dicta leyes que convienen a su interés, orientadas solo a recuperar el control del mundo. Como sucedió durante las décadas de Lenin, Stalin y toda la banda criminal de sus sucesores en la ex URSS; o a lo largo de la añosa hegemonía de Mao; o durante los cincuenta años de tiranía de Fidel Castro. Porque la aspiración del izquierdismo mundial es volver a manejar el planeta a partir de gobiernos dictatoriales, sanguinarios, opresores, como todos esos ejemplos lo señalan.
Y en el colmo de la imbecilidad, ahora resulta que las leyes internacionales –creadas por la progresía caviar– también impiden apresar a los piratas salvajes que secuestran naves –tripulantes incluidos– a lo largo del Golfo de Adén y las costas de Somalia. En efecto, la Armada Española acaba de liberar a siete piratas, a los apresara tras haber secuestrado al petrolero Marqués de la Ensenada. ¿La causa? Así lo ordenó el juez español, Fernando Andreu, amparado según afirma en el derecho internacional. Así las cosas, vienen reduciéndose al galope las posibilidades de luchar contra el crimen.
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