El mundo se encamina a un nuevo vuelco; a un cambio de proporción desconocida; a una transformación aún en proceso de moldeo; a una evolución de veras significativa, forzado por las circunstancias de la mayor depresión económica desde el año 1930, y animado por la tendencia a reformarlo todo que día a día imponen las generaciones jóvenes que inexorablemente vienen tomando el control del poder socioeconómico. La etapa inmediatamente anterior de cambio fue hace apenas dos décadas –a finales de los años ochenta– a raíz de la caída de la Unión Soviética. Un proceso que acabó con cuatro décadas de bipolaridad semiestática post Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, esta vez en solo dos décadas el mundo ya reclama otra reorganización. Sin duda el impulso estriba en la revolución de las comunicaciones, sobre todo en el uso cada vez más intenso del Internet. Un fenómeno tecnológico de implicancias más sociales que económicas o comerciales. Un descubrimiento de colosal importancia para integrar en forma progresiva a estamentos del mundo que antes jamás tuvieron voz ni voto, y que hoy sin embargo conocen en tiempo real exactamente lo que acontece en el planeta. Y, además, un vehículo de cambio generacional que le permite a los Estados más pobres usarlo como instrumento para multiplicar programas de educación para las capas menesterosas, algo que a su vez generará nuevos acomodos –e incógnitas– sociales.
Es difícil predecir qué sucederá en la Tierra. Pero el panorama universal es distinto. Empezando por comprobar la metamorfosis emprendida por Norteamérica luego de la descomunal crisis financiera que empezó hace un año. Un giro cuyo destino moldea un joven político progresista, Barack Obama, el primer presidente de color tras dos siglos de historia republicana estadounidense. El hecho que hoy, en el paraíso del capitalismo, los principales bancos, la mayor compañía de seguros, dos de las tres más grandes empresas automotrices, entre otros conglomerados, estén bajo control estatal; o que la propuesta que se debate en EE UU para reformar la seguridad social sea imponiendo el estatismo; o que la corriente proactiva en la mayoría de estados sea a favor del matrimonio entre personas de un mismo sexo; o que se encuentre en pleno debate entre muy importantes académicos la conveniencia de liberalizar el consumo de drogas, ¿acaso estos pocos ejemplos evolutivos en la primera potencia del planeta no constituyen el anuncio de un brutalmente impensado cambio en el panorama mundial?
Sin embargo la velocidad con la que se genera esta transformación rebasa la capacidad del hombre para orientar a las nuevas generaciones. ¿Qué pueden o deben hacer los jóvenes para encarar el nuevo orden mundial? Hay temas académicos aún no resueltos como el enfoque moral en la escuela –donde hablar de sexo, crimen, homosexualidad, etc., ya es moneda común–; o proyectar nuevas carreras universitarias que permitan a la juventud no solo administrar un planeta distinto sino anticiparse a la dinámica de los futuros cambios que irremediablemente seguirán produciéndose. El mundo está demasiado ocupado viendo cómo sale de la depresión actual, y no le está prestando mucha atención a las consecuencias futuras de la crisis. Algo tan o más importante.
martes, 8 de septiembre de 2009
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