martes, 8 de septiembre de 2009

¿Reconciliar por la fuerza?

Comentábamos ayer la temeridad del entono de la CVR que persevera en construir un museo de la memoria –mausoleo que en rigor promueve una oenegé internacional que se dedica a fomentar esta clase de exquisiteces, propias del primer mundo–, para que el Perú evoque con sensibilidad y grandeza el cuarto de siglo de terrorismo que sufrió. Pero hombre, si estamos presenciando nada menos que el rebrote letal del terrorismo con la pérdida de medio centenar de vidas sólo en los últimos meses; si comprobamos que el Vrae es una zona cada día más liberada por el terrorismo –esa plaga a la que la progresía arteramente llama “narcoterrorismo” para bajarle el tono y hacerle creer a los peruanos que sólo se trata de una banda armada de traficantes de droga–; cuando vemos que lo que hace Sendero es llenarse los bolsillos –circunstancialmente con dinero de la coca– para repotenciar sus actividades con miras a reanudar la llamada “guerra popular”.

En este escenario cabe preguntar:
–¿Con qué derecho la progresía nos impone un museo de la memoria para que allí se confundan –como pares– los defensores de la sociedad con los asesinos de la misma?
–¿Los impulsores de la ermita creen que esta sociedad está obligada –a la fuerza– a reivindicarse con el terrorismo para sólo entonces considerarla políticamente correcta?
–¿O acaso los gestores del brulote siquiera tuvieron la delicadeza de proponer una consulta popular, un referéndum, para que la ciudadanía se pronuncie previamente sobre un asunto de capital trascendencia para su pasado, presente y futuro?
–¿O es que sencillamente por que una elite decide que el Perú debe reconciliarse con Sendero y el Mrta, la sociedad tiene que dispararse a los pies o protagonizar un suicidio masivo para –a ojos de aquel cenáculo– recién mostrarse intelectualmente superada?
–¿Hasta cuándo una mal llamada sociedad civil –jamás elegida por voto ciudadano sino autodesignada rectora del Perú– va a dirigir el destino de 28 millones de peruanos?
–Por último, ¿qué clase de democracia es ésta donde los gobiernos elegidos deban estar supeditados a mandatos de organizaciones excéntricas, como esa oenegé emboscada que se hace llamar Comisión de la Verdad –y su sucedáneo, el museo de la memoria–, un organismo falaz financiado en buena parte con dinero extranjero; una organización que a través de recursos, ideologías y metodologías foráneas solo procura esconder las atroces huellas de muerte y desolación que dejó la hecatombe de Sendero y el Mrta, para coercitivamente victimizar al terrorismo y satanizar a nuestras fuerzas del orden?

El Perú necesita sindéresis y consistencia, señores. Acá hubo un calvario que enlutó a la sociedad; una tragedia que asesinó a 30 mil seres humanos; una calamidad que mantuvo en pánico a millones de inocentes; un cataclismo que dinamitó decenas de miles de millones de dólares de infraestructura pública y privada que aún no logramos reponer. Y eso, amigos lectores, no se borra con comisiones ni museítos que buscan reconciliarnos por la fuerza con genocidas que jamás se arrepentirán. Menos aún cuando comprobamos que su alma mater, Sendero Luminoso, sigue aterrorizando y asesinando a los peruanos.

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